El uso del internet mantiene vivas a las librerías de viejo, además de que les ayuda conocer el acervo que tienen los distintos locales, pues la gente no suele acudir físicamente a hurgar entre las pilas de ejemplares, afirma Rafael Romero Martínez, librero por 30 años.

El Tragaluz es una de esas librerías donde se pueden encontrar ediciones antiguas que se consideraban inexistentes. Las pilas de libros guardan tesoros a la espera de que un explorador se adentre en sus abismos. Radios antiguos, una vieja máquina de escribir, y pequeños carteles de aquellos que se colocaban en las paredes de los cines para promoverlas.

Romero Martínez explica que El Tragaluz, ubicado en la calle de Guerrero es una filial de su matriz, en Morelia, Michoacán, y a pesar de que la filial queretana apenas cumplirá una década, recuerda que entre las joyas editoriales que ha tenido en sus manos son libros de los siglos XVI, XVII y XVIII.

“En Querétaro fue un libro del siglo XVI, de un queretano, era una biblia, y quizá sea el libro más antiguo que hemos encontrado”, dice.

Esos libros no suelen estar en exposición, pues requieren de cuidados especiales para su conservación, además de que el precio que puede alcanzar no puede medirse con exactitud, pues depende de su antigüedad y rareza.

“No hay un catálogo dónde buscar. A veces son libros únicos, entonces se tiene que hacer una investigación, buscar en toda la red si hay algo similar, en dónde están, qué biblioteca los tiene, cuántos hay, si hay alguién que los esté vendiendo”, explica.

Agrega que se pueden identificar a través del internet se pueden detectar librerías e instituciones, incluso libreros que en todo el mundo se especializan en vender libros con varios siglos de haberse impreso, siendo en Europa donde se localizan los ejemplares más antiguos, por los años que tienen como libreros.

A la librería entran varias personas, recorren los estrechos pasillos en búsqueda de algo que les evoque un sentimiento. Revisan, preguntan a Claret Medina, la encargada de la librería desde hace un año, por algún título en especial y les informa si lo tienen o no.

La parte de enfrente de la librería tiene una mezcla de libros, revistas y casettes de música. Tras una puerta, se aprecian cientos y cientos de libros sobre estantes, cuyo olor antiguo y hojas amarillentas atraen a los exploradores.

Romero Martínez comenta que la demanda de estos libros es universal, “porque ya puede haber un cliente europeo, norteamericano, mexicano, ya no hay muchas diferencias. Nos localizan muchos compradores a través de la web. Antes de internet era muy difícil que el público se enterara de los libros que uno tiene, era a través de las camaradas, o te visitaban”.

Una mujer de mediana edad y cabello castaño busca un libro de psicología. Claret le dice que probablemente lo tendrá en unas semanas. La mujer pregunta cuánto costará a lo que la joven encargada de El Tragaluz dice que no sabe, dependerá mucho de la edición y el estado en el que se encuentre.

Una edición de bolsillo del Bestiario, de Juan José Arreola, llama la atención de un visitante, que queda maravillado por su buen estado.

El librero, quien ha dedicado la mitad de su vida a este negocio, señala que internet, paradójicamente, ha sido la salvación de las librerías de viejo, pues con una página web o en redes sociales, se venden ejemplares antiguos, pues el catálogo con más años no está a la vista y se los pueden robar o maltratar.

“Los libros virtuales y el internet han dado un giro importante al negocio de las librerías. En mi caso, en las dos librerías que tengo, una en Morelia y otra en Querétaro, las ventas al nivel librería van disminuyendo poco a poco, se siente que la afluencia de clientes ha disminuido, pero algunos como yo, que no nos dejamos y que vivimos de esto, siempre buscando alternativas para poder equilibrar la situación, y hacemos uso de las novedades”, enfatiza.

Su estrategia ha sido migrar a internet, haciendo una selección de sus mejores libros y los ponen en la red, donde tiene una respuesta positiva, pues mucha gente ya “perdió el deseo o no tiene tiempo de ir a la librería, ya pocos se salen de su rutina para irse a la librería”.

Ahora es muy sencillo desde su smarthphone buscar el libro que se guste, pagarlo con la tarjeta de crédito y recibirlo al otro día en su domicilio, lo que no podría ser viable sin el internet.

“Hay todo un sistema de mercadeo actual, no nada más en los libros sino en todas las mercancías, las compras por internet”, añade.

Las librerías físicas funcionan porque aún se venden libros, porque sirven como bodegas.

“A veces me desanimo un poco porque pasan muchas horas y no entra nadie a la librería, y es un poco triste, pero sostener a la librería, en mi caso, es una situación vital, es algo que me gusta. Es un espacio que disfrutamos quienes nos gusta ese ambiente”, subraya.

Romero Martínez apunta que le gustaría tener un local más grande, donde pudiera exponer más libros, donde las nuevas generaciones puedan conocer los viejos libros que sus padres o abuelos leyeron.

En tanto, Claret dice que su trabajo cada vez le interesa más, pues puede elegir ejemplares raros, o estar en contacto con libros que no imaginaba. Indica que su llegada fue “por obra del destino”, coincidió que buscaba empleo y en la librería solicitaban personal y sin proponérselo obtuvo el trabajo.

Tras un año, sabe dónde está cada libro y por autor, además de que casi todos los días recibe a personas que llevan a vender, aunque los más antiguos los compra o vende el dueño de la librería, donde los antiguos y los amantes de los mismos encuentran un refugio para perderse en las montañas de ejemplares de pastas descoloridas y hojas amarillentas.

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