“Padre nuestro”, dice tu voz arrepentida, mientras te arrodillas en el confesionario del antiguo Oratorio de San Felipe Neri, la catedral de la ciudad de Querétaro donde realizarás el ritual católico por antonomasia: la confesión.

Una voz masculina, detrás de una rendija cubierta con una tela color lila te responde. Reconoces que es la primera vez que te confiesas desde hace un tiempo, mientras tratas de hacer memoria. Fue hace dos años antes de que la conocieras a ella, tu pareja. Cuentas una historia de amor adolescente, inocente, nada fuera de lo común.

“¿Vives con ella?”, insiste el sacerdote después de haberle afirmado que viven juntas.

El sacerdote hace una pausa. Al interior del confesionario se escucha un ligero suspiro, tal vez de nervios o de sorpresa. “Vivir con alguien que no es tu esposo no es lo correcto”, escuchas como si ya supieras desde antes su respuesta. Recuerdas que la Iglesia no permite parejas del mismo sexo. A pesar de eso, una esperanza, el sacerdote te promete la absolución de los pecados, siempre y cuando hagas conciencia. En la siguiente confesión ya no puedes vivir con ella.

“Me han dicho otros padres que no está bien estar con alguien del mismo sexo, ¿Usted piensa que me voy a ir al infierno?”, le preguntas.

“Desde luego que vivir con alguien que no sea tu esposo no es correcto y por consiguiente es una falta. El señor es quien juzga y la Iglesia dice que no puedes vivir con alguien de tu mismo sexo”, te dice el padre.

“¿Qué me puede pasar entonces?”, replicas como si la respuesta del sacerdote fuera la correcta.

“Todos los que no cumplen los mandamientos del Señor viven en pecado; quien sabe lo que te vaya a pasar, eso no lo sé, pero alguien que no sigue los mandamientos puede no ir al cielo”, dice.

Comienzas a hacer de nuevo memoria y le dices todos tus pecados, incluyendo, lo que sucedió esa noche cuando la amiga de tu novia llegó a tu casa con unas cervezas. Recuerdas que el alcohol se te subió un poco. Mareos y después, unos labios te besaban el cuello. No eran los de tu pareja, ella las estaba viendo. Después la amiga besa a tu novia. Las cosas suben de todo.

“¿Esto está mal? ¿Agrava la situación?”, preguntas. Una voz nerviosa responde, “todo lo que sucede si no es natural es más grave, y lo natural es que vivas con alguien que sea tu esposo”.

Le confiesas que te propusieron un exorcismo para no vivir en el pecado cuando acudiste por primera vez a la iglesia en Amealco de Bonfil.

El padre dice que el exorcismo ayuda, pero lo importante es vivir cerca de Jesús. “Vivir cerca de él y todo eso ayuda”, se limita a decir el sacerdote, quien no dice nada más, y olvida la promesa de darte la absolución.

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