"A Plaza de las Américas, 100 pesos”, dice el taxista Jorge “N” al pasajero que pide el servicio para llegar a su trabajo. El conductor apunta que tiene cuatro meses de retomar el volante, pues antes de desempeñarse como mesero, ya había sido taxista por dos años.

Se gana bien, “pero hay que chingarle”, señala, mientras conduce su unidad rumbo al destino solicitado por el pasajero. Explica que su jornada laboral comienza a las cuatro de la mañana y termina a las cinco de la tarde, con un intervalo para almorzar o comer algo.

En el recorrido comenta algunos temas, como la modernización del transporte público, que desde su punto de vista, vino a “romper” el buen funcionamiento de las rutas, ya que las modificaciones hechas acabaron con su efectividad. “Ahora la gente tiene que caminar más o tomar más camiones para llegar al mismo destino”, indica.

Jorge dice que como taxista le ha tocado de todo, hasta situaciones “muy desagradables”. La más reciente, un hombre ebrio hizo de sus necesidades en el taxi. No se dio cuenta hasta que el sujeto había descendido. “Si hubiera visto, le cobro el lavado y la dejada, pero no vi hasta después”, señala mientras voltea a ver el espejo derecho del coche y cambia de carril.

La semana pasada me hizo la parada un chavo, no estaba grande, tendría unos 30 y tantos años. Iba con una señora y un señor grande. Venían de una fiesta y el joven se surró en el asiento de atrás, me lo dejó todo mojado”, abunda.

Tengo cuatro meses otra vez en el taxi. Ya había trabajado antes, pero me gusta más la mesereada, la dejé por unos asuntos, pero se gana bien aquí (en el taxi) pero tienen que andar en chinga. Aparte es muy peligroso”, explica mientras conduce su vehículo.

Señala que mucha gente no es consciente del cuidado que debe de tener con las unidades, pues muchos pasajeros dejan que los menores, en la mayoría de los casos, vayan dañando los asientos u otros objetos que encuentran en las unidades.

Conviviencia con usuarios. Comenta que en una ocasión una mujer con un niño subió al taxi, pero el menor, por ir jugando, despegó la calcomanía con las tarifas. El conductor le dijo a la pasajera que evitara que el niño despegara la calcomanía, pero la respuesta fue de molestia, pues aseguraba que el menor no había sido y que ya venía despegada.

Esa calcomanía así ya no me la van a aceptar en la revista. Son muy exigentes para esas cosas. Ya no la aceptan. Le dije a la señora que se la iba a cobrar, pero me dijo que ya estaba despegada. Y sí, tenía una esquina, pero el niño la jaló hasta la mitad”, apunta.

Indica que en muchas ocasiones son los menores quienes más “travesuras” hacen en los taxis. Narra que en otra ocasión una niña derramó yogurt en el asiento. La mujer se ofreció a limpiar, pues “Jorge” le dijo que cobraría lavada, pues no sólo era eso, también el tiempo que debía de invertir para ello.

El taxista serpentea entre el tránsito matinal de la capital queretana, mientras en el radio de banda civil se escuchan los mensajes que mascullan otros conductores y que son respondidos por una voz femenina, quien de vez en cuando reparte servicios a diferentes lugares, que son respondidos por los taxistas más próximos a los mismos.

Mientras, Jorge señala que a los taxistas les toca ver de todo y padecer de todo en sus jornadas de trabajo, narra que una ocasión llevó a un sujeto a Loarca, en la noche. Al llegar a su destino, el hombre se metió a una privada, con la promesa de regresar a pagar el servicio. El taxista no pudo ingresar a la calle, pero espero afuera un rato. Al poco tiempo se acercó a él un hombre mayor, quien le preguntó si esperaba a alguien. Le dijo que sí, a un joven que le debía la dejada. El hombre le dijo que no lo esperara, que hacía eso con frecuencia, que tomaba taxis, se metía, según él por dinero, y no salía más. “Ya mejor me fui, era un viaje de Lomas de Casa Blanca a Loarca. Ya mejor me fui”, precisa.

No ha sido la única ocasión en que los pasajeros se han ido sin pagar. En otra ocasión, espero a un joven, cuyo jefe llegaría a pagar el viaje, pero que jamás arribó. Esperó por más de 15 minutos, pero nunca se presentó nadie.

Lo bueno que era una dejada cerca”, se consuela el chofer.

Se ha salvado de delitos. A diferencia de muchos otros taxistas, resalta que él nunca ha sido víctima de la delincuencia, aunque sí ha sentido que han querido robarlo. Recuerda que una ocasión subió a dos jóvenes, quienes después de un rato de recorrido comenzaron “como a ponerse de acuerdo” para, dice Jorge, asaltarlo, pues repetían constantemente entre ellos “vas”, “vas tú”, “ya”, pero ninguno se atrevía a empezar.

Me traían de un lado para otro en Lomas de Casa Blanca. Nada más empecé a rezar y pedirle a Dios que se hiciera su voluntad. Sí tenía un mal presentimiento. Pero en un momento me dijeron que los dejara en una esquina, no me completaron el viaje, sólo me dieron 30 pesos, pero lo que quería era que se bajaran, porque se estaban decidiendo a ver quien empezaba a asaltar”, abunda.

El taxi llega a su destino. El chofer cobra sus 100 pesos. “Hay que seguirle, tengo que juntar 500 pesos de cuenta para el patrón”, dice, tras lo cual desea un buen día al pasajero y se pierde en el tránsito de Constituyentes.

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