Llegar a este bello pueblo entre montañas del semidesierto guanajuatense es toda una odisea. Si bien existen señalamientos para arribar a poblaciones cercanas como Doctor Mora o San Luis de la Paz, es cierto que a esta bella joya ubicada en la parte noreste del vecino estado de Guanajuato le faltan más letreros que anuncien su ubicación desde la autopista más transitada del país, como es la 57.

Si uno nunca ha ido a Mineral de Pozos, tendrá que orientaste más de una ocasión con los pobladores de la zona sobre la forma adecuada de llegar a éste, que pareciera un pueblo fantasma, lugar recientemente rescatado por las autoridades locales.

Descendemos por una callejuela empedrada que serpentea para llegar hasta el jardín principal. Desde el estilo de las calles nos evoca a cada instante a los años de bonanza de este pequeño pueblo de descendencia minera y que al perder su potencial en el siglo 19, fue abandonado hasta quedar prácticamente convertido en un pueblo fantasma.

Las miradas de los comerciantes de alrededor del jardín principal, así como de algunos vecinos, advierten que en Mineral de Pozos la vida pasa lentamente y sin mayores preocupaciones.

Este pueblo minero, donde la constante es el ruido del viento pasando por las ruinas de lo que alguna vez fue uno de los centros mineros más importantes del centro del país, te lleva al ya tradicional común denominador: un pueblo fantasma convertido en una agradable zona turística con hoteles boutique y galerías de arte montadas en su mayoría por estadounidenses que vieron en Mineral de Pozos una excelente oportunidad para dar rienda suelta a su creatividad y estilo de vida.

Y es que esta comunidad fundada por las tribus chichimecas hasta la llegada de los españoles, quienes lo refundaron a principios del siglo XVIII, tiene todo para robarse la atención, tanto de turistas nacionales como internacionales.

Basta con recorrer el camino de los penitentes que acompañan al cristo milagroso, mejor conocido como el Señor de los Trabajos, cuyo templo está justamente enclavado a media cuadra del jardín principal. Desde la reja del atrio, hasta la llamada “iglesia chiquita”, se tienen unos 500 metros de distancia.

Es ahí donde todos los años, cuando se festeja la ascensión de Jesucristo en la religión católica, los fieles se trasladan hincados sobre este singular camino de concreto que está trazado sobre una de las calles principales del pueblo.

Y es que se dice que el Cristo fue el principal benefactor de los trabajadores que laboraban en la minería y al cual rendían culto para que nunca faltara la ancestral actividad. Hoy en día, miles de feligreses acuden con devoción a pedir por una oportunidad laboral, o bien, para agradecer los favores recibidos.

Elotes asados

El local de los dulces donde uno encuentra desde la estampita del Cristo milagroso, hasta los vasitos con pinole o los pegajosos muéganos, forman parte de las imágenes, aromas y sabores que se atraviesan en el camino del visitante en este enigmático lugar.

Una vez concluida la visita al templo del Señor de los Trabajos y que se recorrieron las galerías de arte Santa Fe y Pop, de los estadounidenses, se vale hacer una pausa en su tradicional cantina ubicada a un costado del jardín. Ahí se pueden sacar las primeras conclusiones de la singular visita antes de partir a la zona de las ruinas, en donde alguna vez, la bonanza de los metales preciosos volvieran famoso este lugar.

Vandalismo e insalubridad

Sitios como Santa Brigida o la mina de los cinco señores, dejan a su paso emociones encontradas: por un lado, la experiencia de remontarse en aquellos tiempos de esplendor minero observando las grandes ruinas y, por el otro, el enfado de propios y extraños al observar el grado de descuido que tienen las autoridades municipales y estatales de las paredes y rincones de lo que fue un sitio de bonanza y que hoy en día refleja focos de vandalismo e insalubridad con tanta basura distribuida entre los viejos muros de las minas.

Después de haber vivido la fascinación que ofrece un pueblo que nos traslada siglos atrás, se viene al traste cuando llegamos a la zona de las ruinas para ser fieles testigos de una invasión impune a la historia.

Resulta que entre los vestigios de las minas, decenas de motociclistas tipo chopers armaban un reven para compartir sus experiencias en sus “rodadas” entre puestos de vino y garnachas, por supuesto, al amparo de la policía municipal de San Luis de la Paz.

De esta manera, llegamos al final de nuestro viaje en Mineral de Pozos, en donde por un lado, se muestra el trabajo y orgullo de sus vecinos por mantener su primer cuadro intacto y pujante, y por el otro, la complacencia de la autoridad guanajuatense de ver mancilladas sus zonas históricas con vandalismos, basura y festines. Al respecto del maltrato a las zonas de ruinas, el alcalde de San Luis de La Paz, Guanajuato, Timoteo Villa Ramírez, no tomó las llamadas que EL UNIVERSAL Querétaro le hizo durante los días lunes y martes.

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