Juan Carlos González Ceniceros afirma que la lucha contra las adicciones es interna, contra los sentimientos y contra uno mismo, para dejar una vida triste, llena de consumo y darse una oportunidad, situación de la que se ha dado cuenta en el mes que lleva en el anexo Luz de Vida IAP de San José el Alto, en el municipio de Querétaro.
Con un mes dentro del instiuto, para dejar la adicción a los solventes y la cocaína que consumía desde hace 15 años, Juan Carlos, de 33 años de edad, estatura media y complexión delgada, señala que tiene la necesidad de hacer otras cosas y cambiar su estilo de vida, por lo que busca dejar sus adicciones.
Aficionado al futbol (se declara hincha de Gallos Blancos) y a la lectura de libros de superación personal, dice que cuando salga del anexo será complicado dejar las adicciones, pero luchará para lograrlo.
“Dentro de mí, muchas veces con las emociones llega la obsesión, el antojo, pero el día de hoy, gracias a mi experiencia, no me voy a permitir buscar la fuga de esas emociones en mi mente, en el consumo. Eso lo he encontrado aquí, porque tengo la necesidad de hacer otro tipo de cosas, otro tipo de actividades, otro tipo de manera de vivir, y hoy me voy a dar la oportunidad”, recalca.
El anexo Luz de Vida IAP, que se ubica en la colonia El Oasis, atiende varones con problemas de adicciones desde 1998.
La construcción resalta entre las casas de alrededor, pues mientras la mayoría de las edificaciones son de dos plantas, el anexo es de cuatro niveles, incluyendo un gimnasio y una cancha de futbol en la azotea del inmueble.
Al entrar, los sonidos de la calle se esfuman; el lugar está en silencio, algunos de los pacientes, los encargados de las tareas de comedor y cocina hacen los preparativos para la hora de la comida que se acerca.
Dentro de las instalaciones, los dormitorios, llenos de literas, se dividen en dos: el de los menores de edad está en una planta inferior, mientras que el dormitorio de los adultos está en una planta superior.
En la planta baja se ubica la cocina y el comedor, mientras que en pisos más arriba se encuentran salones para los talleres de fotografía, dibujo, guitarra, entre otros, así como las salas de juntas, donde todos los días lo hombres que luchan contra las drogas sostienen reuniones como parte de sus terapias.
La iluminación del lugar es buena, el inmueble luce limpio; si no fuera por las mallas protectoras en las ventanas el lugar pasaría por un edificio de oficinas o una escuela.
Juan Carlos, comerciante de artículos usados, cursa el taller de fotografía, dice que le gusta capturar las expresiones de las personas y que le gustaría capacitarse más sobre el arte de la imagen.
Afirma que los tratan bien en este lugar: “Es un trato cálido, la comida es limpia y muy buena”. Cuando salga del anexo a la primera persona que verá es a su hija de 10 años, para decirle que la quiere y que vea el cambio, ese camino a la resurrección que experimenta en estos días, agrega.
“Simplemente que me viera, para que empezara con otro tipo de vida para mí y para ella […] antes era una vida triste, una vida de consumo, de demasiado consumo, donde no me daba la oportunidad de tener un crecimiento, a mayor consumo, mayor tristeza”, subraya.
Agrega que la lucha que tiene frente a sí no será fácil, pero se quiere tener la oportunidad para dejar las adicciones, que llenaron, dice, los vacíos que dejó una familia disfuncional.
Christian Ulises Molina, de 24 años de edad, lleva dos de los tres meses que dura el tratamiento de rehabilitación en el anexo, por su adicción al alcohol y las sustancias, que empezó a consumir desde los 11 años de edad.
“Empecé a desarrollar el consumo a la edad de 11 años, empecé con alcohol. Siempre me gustó juntarme con personas mayores, a mi corta edad de 11 años mis amistades eran de 17, 20 años, que ya tomaban, ya se alcoholizaban, entonces quise experimentar, y me gustó mucho el alcohol, y hasta hoy día no he podido dejar”, indica.
Esta es la segunda ocasión que Ulises recae en las adicciones, pues hace dos años y medio también estuvo en el anexo, donde su día comienza a las seis de la mañana, cuando los levantan para sus actividades, hacen ejercicio, pasan lista, y luego cada uno tiene un “servicio”, que es para tener limpias las instalaciones, y quienes no tienen “servicio” hacen ejercicio por hora y media.
Luego se bañan, desayunan y tienen sus “juntas”, así como una hora de lectura y una hora de siesta; después viene una hora de juegos, una de televisión, una junta de tres horas, hasta las 21:00 horas, para dar paso a la cena y dormir, aunque tiene oportunidad de ver televisión hasta las 23:00 horas.
Christian Ulises señala que en este anexo no hay maltratos, además de que los servicios son buenos; pone como ejemplo la comida, que dona un conocido restaurante, por lo que el menú es variado.
El joven apunta que durante los dos primeros meses de rehabilitación no pueden ver a ningún familiar, en su caso, en dos semanas podrá ver a un pariente, que en esta ocasión será su padre, ya que no quiere que sus hijos, una niña de cuatro años y un bebé de tres meses, lo vean en el anexo.
“He sabido que la única persona que viene a las juntas es mi padre, entonces le quiero dar ese privilegio a él, de que sea el único que viene”, menciona.
“Muchas veces pensaba en decirle fácil y sencillo cosas, no decirle cosas que no voy a cumplir, es algo más allá de eso, no es algo tan mediocre lo que le quiero decir, ahora me tengo que esforzar, una mejores palabras, porque nunca le he agradecido el sacrificio que ha hecho por mí, independientemente que no me ha dejado caer en el alcohol y la droga. Somos tres hermanos y desde chicos no nos ha faltado el vestido, el calzado y la educación, entre mi madre y él han batallado para sacarnos adelante”, precisa.
Ambos hombres se preparan para la hora de la comida, pero, más importante, se preparan para enfrentarse a sí mismos el resto de sus vidas, cuando dejen el anexo y tengan una oportunidad más de superar sus adicciones, por ellos y por sus familias.