Impulsados por un sueño, Miguel Ángel Ibáñez y Abraham Lara se lanzaron a la aventura de poner su propio negocio apenas terminada la preparatoria. Ambos jóvenes abrieron su restaurante, primero en San Juan del Río, y desde hace menos de un año se reubicaron en la ciudad de Querétaro.

A sus 21 años Miguel y Abraham no sabían ni cómo empezar. Los bancos no les querían prestar dinero porque no tenían experiencia y muchas otras cosas “las improvisaron” para iniciar su propio restaurante.

Los dos jóvenes arrancaron el negocio con una inversión mínima, apenas 45 mil pesos, que les prestó una financiera, después de buscar diferentes opciones bancarias.

Algunos amigos les sirvieron de avales y eso los convirtió en jóvenes empresarios, aunque admiten que todavía están en un proceso de aprendizaje.

Miguel tenía la única experiencia de atender el bar de unos familiares, en donde no cobró durante un año porque su idea era aprender sobre cómo manejar un negocio para cuando tuviera su propia empresa.

Mientras tanto, Abraham trabajó en el área administrativa del Centro de Capacitación Especializada (Cecaes), donde conoció la filosofía de los jóvenes emprendedores.

Decididos a comenzar su negocio y con una idea clara sobre lo que querían ofrecer en su restaurante, los jóvenes se lanzaron a la búsqueda de financiamiento, “que no fue fácil” y contaron con el apoyo de Rosy, una chef de San Juan del Río, donde inició su negocio.

Luego de conseguir un préstamo, encontraron un local bien ubicado en ese municipio, aunque la renta estaba por encima de lo que tenían previsto para los siguientes meses.

Ese “detalle” no los detuvo. Le apostaron a la ubicación del sitio para conseguir clientela. Entre la localización del local y la apertura del restaurante, no pasó ni una semana.

Con muchos sueños, en 2014 abrieron el restaurante, aunque tuvieron que improvisar algunas cosas. El día de la inauguración, por ejemplo, querían poner una caja de luz para colocar los productos, pero no tenían más dinero para comprar esos productos que iban a exhibir o para adquirir el material.

“Entonces imprimimos las imágenes en papel, en tamaño tabloide y les pusimos de fondo una cartulina blanca y así la pusimos en la inauguración, aparentaba ser una caja de luz con productos, así empezamos, no se veía mal”, confiesa Miguel entre risas.

Hace nueves meses los jóvenes abrieron el segundo restaurante en Querétaro, pero la salida de la chef sanjuanense, que tenía otros compromisos, los convenció de quedarse solo con el negocio en la capital.

El restaurante, cuentan, va para arriba, aunque la experiencia les hace encontrar áreas de oportunidad para apoyar a otros jóvenes que quieren iniciar su proyecto de emprendedurismo.

Miguel y Abraham sólo pudieron obtener el apoyo de una financiera a través de otras personas que les ofrecieron su ayuda.

Los dos jóvenes dicen que tenían “un poco de idea” de lo que implicaría tener su negocio, pero la mayor parte lo aprendieron con la práctica y eso les dejó claro que si bien los estudios son necesarios, no es necesario esperarse a terminar de estudiar para emprender.

“Vamos para adelante, no hay marcha atrás”, insiste Abraham, quien quiere estudiar administración para complementar su experiencia.

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