La costura me acaba la vista, pero me da esperanzas, sostiene Patricia Vázquez Hernández. Originaria de la Ciudad de México, creció en un orfanato. Cuando tenía ocho años de edad, su madre volvió a buscarla, solamente para darle malos tratos durante medio año y luego regresarla al mismo lugar.
Con tres hijos y un “testimonial” como único comprobante de nacimiento, Patricia aprendió a coser a los 15 años, bajo la tutela de una trabajadora social, a quien considera la mejor de sus patronas, esto le permitió llegar ser líder nacional en el sindicato de una empresa textil.
“Fui la líder sindical más tonta”, según le dijo Ezequiel Espinosa, el eterno líder de la CTM en Querétaro, cuando ella terminó el cargo. Se lo dijo porque no se hizo rica a costa de negociar los contratos colectivos, pero gracias a eso “puedo ver a mis ex compañeros de frente”.
Patricia sonríe, pero sus ojos lloran y los limpia con frecuencia. Su vida fue triste, pero la liberó la costura. Cumplirá 60 años en 2017, pero aparenta más. Está animada porque se acaba de inscribir a un curso de corte y confección, para terminar de aprender a trazar la ropa.
Su vida fue dura. Lo poco que sabe de su mamá es que era de Purépero, Michoacán, y que llegó a la Ciudad de México con una hermana y un hermano. Después de quedar huérfanos de madre, su padre los dejaba encerrados para ir a trabajar a las minas. Cuando este trabajo le causó una enfermedad en los pulmones, lo enviaron al Hospital Juárez y ahí falleció.
Los hermanos no regresaron a Michoacán, se quedaron en la Ciudad de México, sin saber leer ni escribir. Su madre se embarazó pocos años después y dejó a Patricia en el hospital, de donde la enviaron, “recién nacida, a una escuela para señoritas”.
“Cuando tengo uso de razón ya estoy en una escuela con muchas niñas, donde debes hacer las cosas sola, bañarte, todo sola, y fui una niña muy traviesa, no grosera, muy traviesa, por que qué más me quedaba”, afirma.
Su madre reapareció cuando Patricia tenía ocho años de edad. Se la llevó para “tenerla de sirvienta” en la nueva vida que tenía con otro hombre y, después de varios maltratos, la regresó al orfanato, justo a los seis meses, donde le pusieron la etiqueta de “incorregible”.
Entre los maltratos que sufrió de manos de su madre y su padrastro, recuerda que le pegaron con una manguera, porque un Día de Reyes fue al Toreo a formarse en la fila de juguetes que les daban a los niños de escasos recursos.
No volvió a salir del orfanato sino hasta antes de cumplir 15 años, adoptada por una trabajadora social del mismo orfanato. En cuanto salió, buscó empleo de manea inmediata. “En mi inocencia vi un letrero de se busca costurera y yo pensé: yo sé coser, no me imaginaba qué era en realidad”, indica.
La señora del taller, ubicado en Pino Suárez, le preguntó la edad y sólo le respondió “no hija, eres una niña, si te contrato así me multan”, pero rogó tanto que acabó por aceptarla y le enseñó el oficio de la costura.
“Fue mi primer patrona y fue mi mejor recuerdo. Aprendí a planchar, a deshebrar, me enseñaron a usar la máquina para poner botones, a voltear sueldos, mi primer sueldo fue de 430 pesos a la semana, me pagaban los viernes”, recuerda.
A través de amigos en ese puesto y la familia de la trabajadora social que la adoptó, Patricia conoció a Pablo, un militar que se convertiría en su marido.
Hasta el momento de casarse, Patricia se dio cuenta de que no tenía acta de nacimiento y consiguió un testimonial en un juzgado, un documento legal donde reconocían los datos con las que la ingresaron al orfanato.
Casada con Pablo, tuvo un hijo y una hija, pero luego se dio cuenta de que él la engañaba. “Yo fui muy inocente. A él lo crió una tía, pensé que al estar tan solos los dos íbamos a compaginar, pero no fue así, me empezó a engañar, a veces ni llegaba a casa, pero creo que en realidad se engañó él solo, porque si no me quería, me hubiera dejado, qué lástima, porque perdió mucho tiempo”, expresa.
Cuando terminó la relación, la familia de Pablo le pidió el cuarto donde vivían ella y sus hijos, lo que la motivó a lanzarse a la aventura a Querétaro en 1984.
Aquí consiguió empleo en una fábrica textil y una casa que unos amigos le prestaron durante año y medio, en lo que se acomodaba.
Fueron unos de sus mejores años. Se convirtió en líder sindical nacional de la empresa Levis y, cuando terminó su dirigencia, el cetemista Ezequiel Espinosa la regañó “por tonta”, porque no hizo dinero cuando podía.
“Ni joven ni vieja me gusta que me engañen, no me gustan las mentiras, no me gusta mentir, me pongo colorada, pero puedo ver a todos de frente”, asegura.
Esa misma actitud la distingue en sus relaciones personales. Ya en Querétaro “se juntó con un señor” más de 20 años. De esa relación nació su hija más pequeña, pero lo dejó cuando se dio cuenta que también la engañaba.
Presume que puede caminar tranquila, sobre todo porque sacó a sus hijos ella sola. Su hija terminó derecho y su otro hijo estudia esa misma carrera.
La mayor preocupación de Patricia es su hija más pequeña, porque no termina la preparatoria y ya tiene dos hijos. Sus únicos nietos. Está decidida a sacarla adelante, a meterla a la preparatoria abierta los sábados. Ella es su mayor motor ahora y por eso sigue en la costura.
“Aquí, con la costura se acaba la vista, sí se acaba, pero no se te acaban las ilusiones, me da esperanzas, todo se trata de escoger las cosas correctas y pagar el precio, aquí el precio es bueno, pero no es fácil”, afirma.