Alrededor de las dos de la tarde del 2 de julio de 2000, Ricardo Salinas Pliego se comunicó por la línea privada con Vicente Fox Quesada.

—¿Cómo van las encuestas, Ricardo? —preguntó Fox nervioso. —Bien, estás diez puntos arriba —contestó el directivo de TV Azteca. —¿Diez puntos? —reviró incrédulo el panista. Y todos los hombres y mujeres que rodeaban al guanajuatense comenzaron a aplaudir y a gritar. —Pues ya, reviéntenlas” —sugirió el candidato. A lo que el empresario agregó: —No, Vicente, eso sería violar la ley. Espérense a las ocho de la noche como acordamos.

Por otro teléfono, queriendo ganar la exclusividad, Emilio Azcárraga Jean comentaba eufórico con Martha Sahagún: “Sí, Martha, van arriba seis puntos. Y lo vamos a sacar, eh”. El equipo de campaña estaba eufórico y Fox no hallaba el momento de salir para dar las gracias a todo México. Sólo en la sala contigua el presidente del CEN del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, se mantenía absorto en los cortes informativos que se trasmitían cada cinco minutos por la televisión.

Aún no eran las cuatro de la tarde, cuando el secretario de la Presidencia, Liébano Sáenz, se comunicó directamente con Martha Sahagún: “El presidente [Ernesto Zedillo] me pidió que les hablara para comentarles que nuestras encuestas los tienen arriba”, le dijo. La vocera, sorprendida por la confirmación, interrumpió: “¡También las nuestras!”. Sin inmutarse, el secretario de Zedillo prosiguió: “Si la tendencia continúa así, el señor Presidente quiere hablar con Vicente Fox para felicitarlo”.

Sahagún, emocionada hasta las lágrimas, fue directamente hacia la mesa en la que el candidato comía con un reducido grupo de colaboradores y le deslizó una tarjeta que decía: “Vicente ¡ya ganamos! Acabo de hablar con Liébano ¡Ya ganamos!”. La reacción del panista fue tan evidente, que uno de los presentes rompió el encanto del momento con un grito que retumbó por toda la sala: “¡Ya chingamos!”. Las sonrisas y los abrazos se multiplicaron al por mayor. No cabía la menor duda: había triunfado el candidato del partido opositor al gobierno. A las once de la noche, apenas el IFE diera a conocer el resultado, Zedillo saldría a ratificarlo. Ese era el plan.

Pasadas las 22:30 horas, un devastado Francisco Labastida había decidido salir a reconocer su desventaja y así trató de hacerlo saber a Zedillo. “Ya no me tomó la llamada”, asegura.

En unos momentos cruciales para la naciente democracia mexicana y apenas al término del mensaje del consejero presidente del IFE, José Woldenberg, por unos segundos apareció en la televisión la imagen del derrotado candidato priista ingresando al auditorio Plutarco Elías Calles del PRI. “Era —aseguraría posteriormente— el momento más terrible de mi vida en el servicio público. Saqué fuerza de las enseñanzas de mis padres… y empecé a pronunciar mi discurso aceptando la derrota”.

Labastida después se enteraría de que aquellas palabras que creía se estaban transmitiendo en vivo por radio y televisión a todo el país, habían sido interrumpidas para transmitir el histórico mensaje de Zedillo. “El próximo Presidente de México será el ciudadano Vicente Fox Quesada”, mencionó un adusto primer mandatario, con la bandera nacional a la diestra y el retrato de Benito Juárez en el fondo.

Del otro lado de la Ciudad de México, el ayuno político comenzaba para el otrora poderoso Partido Revolucionario Institucional…

2006: el PRI, al tercer lugar.

Después de las elecciones intermedias de 2003 y hasta julio de 2005, el panorama político para el PRI parecía más que alentador.

En tan sólo dos años y como consecuencia del desvanecimiento de lo que se denominó el Efecto Fox, el PRI recuperó importantes espacios y conquistó la mayoría de los puestos públicos en las elecciones locales y federales celebradas en este lapso en todos los niveles: 17 gubernaturas (Estado de México y Veracruz, entre ellas), mil dos presidencias municipales (60% del total en el país), 60 senadurías, 224 diputaciones federales, 504 diputaciones locales y 5 mil 448 regidurías. Todo un capital político que parecía pronosticar el retorno priista al poder presidencial en 2006.

Sin embargo, varios factores, la mayor parte internos, fueron decisivos para que el tricolor, en menos de 12 meses y una vez que postuló a Roberto Madrazo como su candidato presidencial, se esfumara por completo y se fuera a ocupar la tercera posición como fuerza política nacional. Un madrazo en toda la extensión de la palabra, que parecía increíble hace todavía una década.

Este es el recuento de aquellos daños: el conflicto polarizante entre la dirigencia nacional y la líder magisterial Elba Esther, a quien se le retiró del cargo de secretaria general; la formación de la agrupación antimadracista Unidad Democrática; la sorpresiva renuncia del exgobernador Arturo Montiel a su aspiración por la Presidencia, luego de que fueran dadas a conocer varias propiedades y cuentas bancarias de dudosa procedencia; la falta de recursos financieros para sufragar el gasto corriente del partido —incluida su desgastante elección interna—, y las deserciones y guerra de declaraciones entre diversos grupos políticos que emigraron buscando otros aires (léase Genaro Borrego, Manuel Bartlett, etcétera).

Aún cuando para algunos priistas lo que le faltó a su candidato presidencial fue tiempo para convencer acerca de su propuesta incluyente de centro, lo cierto es que el perfil del abanderado fue decisivo para provocar su derrumbe en la elección y colocar al PRI al borde de su desaparición, luego haber reinado en el país por más de 70 años.

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