Santos Omar Cázares vuelve a abrazar a su madre, Margarita Reyna Lainez, en el centro de Tequisquiapan. Pasaron 32 años para que se volvieran mirar a los ojos.

Santos salió en 1987 de su natal Honduras, con apenas 17 años de edad. Luego pasaron 18 años para hablar con su mamá vía telefónica y luego, ayer, volver a verse.

La Caravana de Madres Centroamericanas de Migrantes Desaparecidos llega a Tequisquiapan, en su camino a Monterrey, Nuevo León.

Poco antes del mediodía, el autobús que traslada a 70 mujeres y algunos hombres llega a Tequisquiapan, donde son recibidas por el personal de la estancia del Migrante González y Martínez, que encabeza Martín Martínez.

Con cartulinas que dicen “Bienvenidas, madres”, los voluntarios esperan que las mujeres desciendan del autobús. El último tramo, al centro de Tequisquiapan, lo hacen a pie.

Ahí, las otras mujeres hacen un círculo. Dejan un espacio por donde entra Santos. Su madre lo ve, caminan al centro del círculo para encontrarse. Se abrazan y se besan. Ha pasado una vida desde que se separaron.

Las demás mujeres, aquellas que no tienen la suerte de encontrar a sus hijos, se funden con ellos en un abrazo. A pesar del dolor de no encontrarlos, muchas de ellas, tras muchos años de búsqueda, sonríen al ver el reencuentro.

“Uno siente un dolor grande porque no sabe nada de sus hijos, pero ya cuando él se comunicó conmigo, para mi fue un consuelo, un alivio, porque yo pensaba que él ya no existía.

“Cuando él me llamó me agarró una lloreta. Él me decía: ‘Madre, consuélate. Quiero platicar contigo’. Yo le decía que no podía. Yo no puedo platicar”.

La primera vez que Santos le llamó no lo podía creer. Pensaba que se trataba de otro de sus hijos. Cuando le dijeron que se trataba de Santos, dice, pegó un grito y se puso a llorar. Habían pasado 18 años.

Santos le dijo que no podía platicar mucho, pues no tenía mucho crédito en la tarjeta telefónica, de las que existían en los noventa.

Recuerda que Santos le dijo que le hablaría al siguiente sábado a las dos de la tarde. Así fue, Santos cumplió con su promesa y le llamó. Ese día le dijo que le iba a llamar más seguido, lo que hizo Santos por un tiempo. Luego, se perdió nuevamente.

En fechas recientes supo de la caravana de madres, a través de una familiar, quien también tiene a un hijo desaparecido hace un año. Decidió acudir y buscar a Santos.

Las madres caminan de la plaza central de Tequisquiapan a una posada, donde la Estancia del Migrante les ofrece una comida.

Santos explica que en un inicio fue complicado estar en México solo, siendo aún menor de edad. Encontró trabajo en Chiapas.

Luego se fue a la Ciudad de México, donde encontró una mujer con quien tuvo dos hijos, y de quien, con el paso de los años, se separó. En hombre se dedica a la construcción.

Explica que tuvo que pedir permiso en su trabajo para viajar a Tequisquiapan. En ese empleo, dándole trabajo a unos paisanos suyos lo reconocieron y le dieron un número para comunicarse a Honduras, con su madre.

Llegan a la posada. Martín Martínez observa desde un lado el trabajo de las voluntarias que preparan la conferencia de prensa, donde Martha Sánchez, del Movimiento Migrante Mesoamericano, recuerda que son 15 años de esta caravana. Señala que aún no pueden llegar hasta Tamaulipas, por razones de seguridad. Este año sólo llegarán hasta Monterrey. Eso es ganancia para estas mujeres.

Otras madres cuentan sus historias, mandan mensajes a sus hijos con la esperanza de que las escuchen, de que las busquen. Tienen la esperanza de encontrarlos, volverlos a besar y abrazar, de saber que libraron la violencia a la cual son sometidos los migrantes. Santos y Margarita quizá estén juntos hasta el 29 de noviembre, cuando la caravana emprenda el regreso desde el norte hacia la frontera sur.

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