Como cada año el 12 de diciembre, los fieles guadalupanos acuden a la Congregación a visitar a la virgen que hace 488 años se apareció a San Juan Diego en el cerro del Tepeyac, cumpliendo con un ritual de fe que es casi obligatorio para la mayoría de los mexicanos.

Desde temprano, a pesar del frío matinal los feligreses llegan al templo ubicado en la calle de Pasteur, en el primer cuadro de la capital. Arriban con imágenes de la Guadalupana, con arreglos florales que dejarán en el altar del templo.

El interior del recinto es insuficiente para los fieles, quienes desde temprano están a la intemperie, aguantan los 14 grados de temperatura, aunque la sensación térmica pareciera que son mucho menos. Cruzan los brazos, mueven las piernas, se arrojan vaho en las manos para soportar el frío. Al interior, el sacerdote oficia la liturgia.

Afuera los fieles escuchan la misa. Algunas personas en situación de calle aprovechan para pedir una moneda a quienes llegan a misa.

Los puestos de antojitos aún permanecen cerrados. Pronto abrirán. Antes de las 10:00 horas la mayoría ya están dispuestos para recibir a los fieles, quienes luego de participar en la eucaristía salen por un antojo de un guajolote, unos taquitos dorados, tamales, buñuelos, atole, o cualquier antojito.

Las misas se llevan a cabo cada hora. Antes de que termine una, las campanas del templo ya anuncian la siguiente eucaristía. Los feligreses apuran el paso cuando escuchan las tercera llamada. Al llegar se dan cuenta que aún dentro del templo se encuentran los feligreses que llegaron una hora antes. Esperan afuera de templo, mientras observan los arreglos florales que están en el atrio del templo, los paquetes de galletas que un grupo de jóvenes sacerdotes venden en cajas de huevo sobre una mesa blanca.

El altar de La Congregación luce una bandera mexicana monumental. Ocupa todo el espacio del altar. El templo vive el día más importante de su celebración litúrgica. Desde la medianoche del 12 de diciembre, apenas unos minutos iniciado el día, comienza la celebración. Se entonan las mañanitas. Algo que no está presente, al menos en esta hora, no hay pirotecnia.

Un hombre llega vestido de manta. Lleva un ayate con una imagen de la Guadalupana. Lo acompaña una mujer que viste falda y blusa del mismo material. Los dos ya son mayores. Se apoyan uno en el otro para llegar al atrio, cuyos escalones para muchos devotos, principalmente los más grandes son obstáculos difíciles de sortear.

No todos los visitantes son mexicanos. Grupos de turistas se acercan a las inmediaciones del templo. Primero lo hacen tres turistas japoneses. Por sus expresiones parecen sorprendidos por el colorido tricolor que muestra La Congregación en su fachada. Toman de manera tímida un par de fotografías con sus cámaras, como tratando de no molestar. Pocos les prestan atención en este momento.

Con minutos de diferencia llegan a La Congregación unos turistas estadounidenses. Ellos, con menos pudor, toman las fotografías de manera más abierto. Sólo uno, antes de capturar las imágenes, lo hace discretamente. Trata de no llamar la atención. Luego de unos minutos los visitantes se retiran, no sin antes ver los puestos de comida. No se animan a probar las delicadezas de la antojería queretana.

Los puestos ya lucen abiertos totalmente. Los olores de los diferentes platillos que se preparan comienzan a llenar el aire en la calle de Pasteur. Empleados de las oficinas de gobierno que fueron a trabajar (en algunos casos se tomaron el día) salen a comprar algún antojo de media mañana, cuando los olores y el hambre comienzan a apretar en la oficina.

Los comerciantes intercambian impresiones sobre las ventas de la noche previa. Algunos se quejan. No les fue tan bien. Colocarse a un costado del templo y no enfrente disminuyó sus ventas.

Al mediodía se reúnen más fieles en el templo. Hay más movimiento que en la mañana, aunque en este día a todas horas los feligreses llegan hasta el altar de la virgen del Tepeyac.

En las calles que rodean al templo la vida se desarrolla de manera normal. Las calles, contrario a lo que se pudiera pensar, no lucen llenas de vehículos. Incluso los lugares para estacionarse son fáciles de encontrar.

El repique de las campanas se escucha nuevamente, anunciando otra eucaristía en La Congregación. Las muestras de fe aparecen, como aquel hombre que desafiando el frío, llegó por la mañana caminando descalzo.

Muchos asistentes a la homilía arriban a los puestos de comida, después de pedirle a la Virgen Guadalupana un favor o que los bendiga para el inicio del siguiente ciclo que está por iniciar y que los feligreses esperan con jubilo.

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