LISBOA.— La fe inquebrantable dio lugar a la épica de un grande. El Real Madrid nunca se rindió, aprendió a serle fiel a su historia y desde el sufrimiento sació la obsesión para lograr su décima Champions.

Batalla cruel para el madridismo en la que sólo pudo sonreír en la prórroga, donde encontró la gloria, tras vencer al Atlético de Madrid 4-1, un marcador demasiado engañoso para lo que fue el calvario blanco.

Los Merengues sufrieron durante 90 minutos de la final de la Champions League. Lucieron perdidos, asfixiados por el juego de un Atleti rocoso, que llevó la final europea hacia el terreno físico, donde le convenía. Los rojiblancos se encontraron al 36’ con un gol de cabeza de Diego Godín —tras una errática salida de Íker Casillas— que hizo soñar a los Colchoneros con su primer título en el máximo torneo continental.

Los seguidores atléticos cantaban en la tribuna. El silencio que siempre precede a la tragedia embargaba el bando blanco. Faltaban 135 segundos para el último silbatazo del árbitro.

El Madrid se aferró a un tiro de esquina para sobrevivir y mandar el juego al alargue ante su máximo rival citadino.

Cobró Luka Modric. Intempestivo, un cabezazo de Sergio Ramos se fue cruzado, hasta donde no lo iba a alcanzar el portero Thibaut Courtois (93’). El balón se anidó en la portería del Atlético para despetar el éxtasis del madridismo con el 1-1. Un gol agónico que dibujó las caras que tiene el deporte. Alegría desaforada de los blancos y una debacle que comenzó a invadir el pecho del Atleti.

El duelo se rompió. Para los tiempos extras quedaron cenizas colchoneras. Aquel pundonor, garra y orgullo rojiblanco se convirtieron en cansancio y depresión. El Atlético de Madrid se rindió ante el equipo que siempre lo ha sobajado.

Los blancos se agigantaron. Tenían piernas, talento, ganas de enriquecer su historia. Apareció el mejor del duelo, Ángel Di María, para hacer un desborde dentro del área. Disparó y Courtois atajó, pero en el rebote apareció el hombre de los 135.08 mdd.

Gareth Bale hizo un remate de cabeza complejo, de difícil creación, pero certero para hacer el 2-1 (110’). La fiesta alba la inició el galés, quien no había tenido un partido digno de su precio.

Vino la oleada merengue. Marcelo, quien revolucionó el ataque del Madrid, hizo el tercero ante unos estáticos colchoneros (118’). Cristiano Ronaldo selló la obra. Puso el 4-1 tras el cobro de un penal. En La Cibeles, la felicidad en pleno apogeo.

En la cancha del estadio Da Luz de Lisboa, el Real Madrid gozó. Sergio Ramos levantaba los brazos, luego tomó el capote de torero para realizar las clásicas faenas. CR7 cojeaba, pero su sonrisa era de alivio, mientras que Íker Casillas suspiraba con La Orejona en sus manos, elevándola hacia el cielo.

La fe del madridismo tuvo su premio. El nunca rendirse le permitió fulminar la obsesión por la décima Champions, que ya reposa en sus gloriosas vitrinas.

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