Una de las más significativas anécdotas de la historia del toreo es la que se refiere a la muerte del que ha sido llamado “el mejor de los toreros”, el más sabio, el más valiente y el más artista: José Gómez Ortega, Joselito o Gallito como se le conocía. Dominaba y podía con todos los toros, los que, además, nunca lo herían. Su madre, Gabriela Ortega, decía que para que un toro corneara a su hijo tenía que “lanzarle un cuerno”, tal era su seguridad ante los astados. Y sin embargo un toro, Bailaor, en la plaza de Talavera, lo mató un 16 de mayo de 1920, apenas a los veinticinco años de edad.

¿Qué pasó aquella tarde? El cronista taurino español, Enrique Bohórquez y Bohórquez, que vivió largos años entre nosotros, escribió las reseñas en el periódico Esto, fue testigo presencial de aquella corrida infausta.

Nos dice: “En quinto lugar salió Bailaor. Joselito, que sabía cómo eran los toros apenas los veía salir al ruedo y hasta, decía, sabía cuántos pases les iba a dar, ordenó a su cuadrilla que tuviera mucho cuidado con aquel bicho.

Inició su faena de muleta con doblones, por abajo, muy poderoso, pero en uno de los pases el toro le tiró un derrote brutal, venciéndosele. Joselito se retiró unos pasos para arreglar la muleta, mientras un espectador de barrera de primera fila le gritó a voz en cuello: ‘¡Cuántas precauciones!’ Joselito se volvió hacía él y dijo las últimas palabras de su vida: ‘¡Todas son pocas!’ El toro que, seguramente era burriciego y sólo veía de lejos, se arrancó de improviso, empitonó a Joselito por un muslo y lo levantó y al caer el cuerpo, le tiró un derrote mortal en el vientre”. Y sin embargo la anécdota no queda ahí.

Como en todo en la vida, viene en nuestra ayuda la psicología y nos enteramos, por José María de Cossío, que “Joselito fue siempre un muchacho triste, pero desde la muerte de su madre, acaecida apenas en el enero anterior, se había acentuado de una manera notoria su propensión a la melancolía”.

Y su famoso hermano Rafael, apodado El Gallo, dijo en una ocasión: “La pasión verdadera y profunda de mi hermano Joselito no fueron los toros… fue nuestra madre, a la que adoraba”.

Algo diría Freud de todo esto, pero quienes lo saben decir mejor son los poetas, que trabajan con el inconsciente. Gerardo Diego escribió: “Y todo cesó al fin porque quisiste/ Te entregaste tú mismo, estoy seguro/ Bien lo decía en tu sonrisa triste/ Tu desdén hecho flor, tu desdén puro”.

¡VENGAN LOS TOROS DE TLAXCALA!

Ayer, en la Plaza México —ante una pobre entrada— gozamos del regreso de los toros de una región casi abandonada taurinamente. Desde hace años —concretamente desde la época, nefasta en tantos sentidos, de Manolo Martínez—, nos desacostumbramos a ver toros procedentes de Tlaxcala, ante la preferencia del mandamás —y su apoderado— que sólo querían toros de procedencia de Saltillo, o sea San Mateo. Pero nadie puede negar que los toros que vienen de Tlaxcala son pilar de nuestra de nuestra fiesta. Con uno de ellos realizó Manolete, aquí en México, la que llamó la “mejor faena de su vida”, a Platino de Coaxamalucan.

¿Y qué decir de Piedras Negras que era la ganadería predilecta de Armillita? Un aplauso al empresario que ayer nos trajo toros, por fin, de otras procedencias, bravos y nobles, bien presentados y toreables en general.

ISRAEL TÉLLEZ, SIN ESTLO NI CLASE

Abrió la tarde Israel Téllez, un torero que ha luchado lo suyo por los estados para abrirse paso en una fiesta tan complicada y exclusiva como ésta. Pero la verdad es que, a pesar de todos sus méritos y esfuerzos, no tiene clase, y sin remedio eso es algo que determina el futuro y la carrera de un torero. En la actualidad, después de que los toreros jóvenes —como Joselito Adame, Saldívar, Diego Silveti, José Mauricio— nos han enseñado a la afición las exquisiteces de una buena mesa, ya es muy difícil que alguien se conforme con trasteos de fritangas y faenas de garnachas (y en este sentido, no quiero mencionar al Zotoluco, porque luego me llega una cantidad inverosímil de comentarios insultándome; pero bueno nuestra fiesta, para que subsista, está hecha de pasión y de diferentes puntos de vista). Israel Téllez estuvo bien, pero discreto.

GALLO, BUEN TORERO

El triunfador de la tarde fue Eduardo Gallo —que no tiene nada que ver con el Gallo, antes mencionado—. Le tocaron los dos mejores toros del encierro, pero supo aprovecharlos sobradamente. A su primero, le ligó una faena excelente por derechazos, bien rematados y en algún momento adornado con elegancia.

En su segundo, lo mismo, elegante, técnico y con clase. De nuevo, la base de su faena fue por la derecha, con momentos extraordinarios. Remató con unas manoletinas ceñidas y, por desgracia —ya que tenía ganada la puerta grande—, le falló la puntería y pinchó en un par de ocasiones. La pregunta que se nos viene enseguida a los labios, es ¿por qué no lo ponen en carteles de mayor atractivo para el público, puesto que lleva un par de temporadas que está listo para ellos?

ANGELINO DE ARRIAGA, BIEN

Nos gustó Angelino de Arriaga en su primer toro, especialmente es unos naturales y derechazos en que cargó la suerte como el mejor. Tiene oficio y clase. Le faltan oportunidades y aprender a usar las espadas, que sin ellas se van sin remedio los triunfos y las orejas. Hay que darle más oportunidades.

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