Torreón.— Empate a cero peligroso para el América. Demasiada confianza en su localía. Regreso a casa sin el botín del gol de visitante y la promesa de buscar mantener el sueño del Mundial de Clubes con el sufrimiento mediante. Su obligación, desde ahora, radica en ganar. No le queda otra, su gente rechazará lo contrario. Ignacio Ambriz juega con fuego.

La primera apuesta americanista resultó casi perfecta en el primer tiempo. Desarticuló a Santos y su ataque. Le bloqueó los circuitos hasta silenciar el estadio Corona. Los locales no encontraron rendijas por dónde ingresar. Enemigo mortal del espectáculo, Ignacio Ambriz se mantuvo tranquilo. Poco peligro en su área y su fe puesta en los destellos individuales. Era el partido que el técnico emplumado quiso.

De esa manera, las Águilas comenzaron a imponer sus condiciones. Sin fisuras atrás, sus atacantes encontraban la forma de poner en aprietos la meta de Agustín Marchesín, quien tuvo que ser más un vigilante que un atajador constante. Michael Arroyo puso una en el poste, Carlos Darwin Quintero le tuvo misericordia a su ex equipo y Oribe Peralta siempre prefirió perder un tiempo antes que anotarle al club en donde se encumbró. El ‘Cepillo’ nunca quiso enemigos en la Laguna.

Sólo hubo un momento de desesperación para el América. Fue en el área. Ricardo Peláez, presidente deportivo del conjunto de Coapa, se llevó las manos a los cabellos, corrió a ver la repetición y se lamentó que el árbitro Luis Enrique Santander no marcara, lo que a su juicio, era un penalti claro de Jorge Villafaña sobre Osvaldo Martínez a los 41’. El dirigente amarillo buscó al juez del Clásico, Fernando Guerrero, mas no lo encontró. El nazareno de ayer dejó correr la jugada. Los emplumados en el terreno de juego, incrédulos, replicaron los ademanes de su mandamás directivo.

El segundo tiempo tuvo la misma tónica. Santos decidió protegerse, porque sabía que en la búsqueda del gol se volvía presa vulnerable de su rival. Entendió que el cero en su meta era tan valioso como ir a hacer un gol al Estadio Azteca a comienzos de abril. Los laguneros olvidaron cualquier intento por brindar una noche de goles. Pusieron una renuncia explícita a ser un equipo intrépido, agresivo.

América se olvidó del encuentro. Nadie mejor que Ambriz para plantear un juego que se diluya como si nada, aunque su afición reclame lo opuesto. Luchó poco por abrir los espacios o crear situaciones que salieran del talento de sus futbolistas, más que de los errores del contrincante. Los minutos pasaron, el reloj se consumió y las emociones decayeron a lo más mínimo, dejando a todos con un bostezo, con la sensación de que el boleto que pagaron y toda la expectación generada días, horas antes, de poco valió, se sintieron estafados.

La resolución del pase a la final de la llamada ‘Concachampions’ queda en vilo. El Estadio Azteca será la sede de la definición, allá no vale quedar en cero goles, tiene que haber un ganador, aunque sea en penaltis. Anoche ninguno de los dos quiso perder. Los Guerreros creen que pueden empatar con goles o, incluso, ganar en la capital. Los americanista le dejan la responsabilidad a su ‘Coloso de Santa Úrsula’ para seguir con el sueño a Japón, porque de lo contrario, el centenario del club comenzará a amargarse sin remedio. Algo impensable.

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