TOLUCA.— En una esquina, José Saturnino Cardozo; en la otra, Miguel Herrera. Una batalla de dos hombres explosivos, que gritan, manotean, corrigen, porque el futbol les alimenta su pasión. Eso sí, visten con elegancia, porque a la “guerra táctica” que se gesta en la cancha hay que ir con las mejores telas.

Había que comenzar esa “lucha” de los técnicos con un abrazo. El primero que había salido del vestidor era el estratega toluqueño. Lo secundó El Piojo. Se buscaron con la mirada, y luego caminó uno hacia el otro para un efusivo abrazo que duró varios segundos. Intercambio de palabras, una cachetadita de Pepe a Miguel y se acabó la tregua. Empezaba la guerra.

El silbatazo detonó todo. Al Piojo, la afición endemoniada jamás lo dejó en paz. Es el enemigo principal, porque ni Rubens Sambueza ni Raúl Jiménez resultan tan odiados ni insultados como Herrera, “¡Piojo, Piojo, ch..., Piojo, Piojo!”, se escuchaba al ritmo de la tambora endiablada.

Herrera hacía como que no escuchaba. Fingía demencia y se mantenía al borde de su área técnica. Mano en la cintura, uno que otro gesto hacia sus futbolistas y un andar interminable sobre su eje. Volteba a la cancha, luego a sus auxiliares como en la búsqueda de una solución mágica para que no se le rompiera el encanto de su equipo.

Desde temprano, el también timonel de la Selección Mexicana había acaparado la atención. El autobús del América llegó al estadio Nemesio Díez y estaban muchos de los aficionados cremas esperando a sus ídolos. Entre ellos habían bastantes con la camiseta escarlata, como no queriendo. Estos últimos esperaban no a Sinha, a Pablo Velázquez o a José Cardozo, sino poder tomar una fotografía, aunque fuera borrosa y de lejos de Herrera.

“Venga Piojo, vamos a ganar otro título y de ahí te vas al Mundial”, le gritaban los fans amarilos. Los Choriceros levantaban sus celulares para ver si se podía captar una imagen del entrenador que el América prestó a la Selección. Buena decepción cuando el guardia cerró la puerta y el entrenador águila jamás apareció.

Esa expetación local se transformó en hostilidad, cuando el juego estaba por empezar y entonces sí, el timonel amarillo se convirtió en el objeto de los insultos mexiquenses.

Cardozo, con vestimenta negra y camisa blanca daba órdenes a sus Diablos de cómo tocar. Se indignaba ante las sanciones arbitrales que él consideraba injustas y hasta se dio el lujo de recordarle a su afición su técnica individual que no ha perdido.

En un despeje de su zaga, Saturnino esperó el balón que iba hacia él. Lo mató en su zapato, se puso a dominarlo. La Bombonera estalló en júbilo. El ex delantero remató su faena al bajarla de pecho y darla a uno de los suyos para el saque de banda. Los aplausos al paraguayo se extendieron. Cardozo como ídolo en Toluca, no ha encontrado fecha de caducidad.

Transcurría el juego, ahí estaban los dos. Cada uno con sus ademanes, reclamos, corajes y personalidad.

El Piojo y Cardozo no están dentro de los 22 que patean la pelota. Pero su peso es evidente. Nunca pasarán inadvertidos, son un show aparte en esta semifinal.

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