Dos décadas después, la pigmentación en el cabello de Javier Aguirre Onaindia (Distrito Federal, 1 de diciembre de 1958) ha disminuido considerablemente. Es el reflejo del sufrimiento vivido por un hombre de lenguaje florido y coloquial, amigable públicamente, aunque familiarizado con las vicisitudes y el dolor.

Se trata del ‘Vasco’, el hombre que salvó dos veces al Tricolor, el que catapultó su carrera hasta el Atlético de Madrid y fue el seleccionador de Japón con el mejor salario en toda la historia (2.5 millones de dólares anuales), el que ha teñido de blanco su cabeza durante 20 años de odisea por los banquillos.

De carácter tan distendido con los amigos como enérgico frente a un grupo, el ex volante y defensa central forjó su personalidad con base en los severos golpes que la vida la presentó. Pocos como aquel del domingo 26 de octubre de 1986, cuando una jugada accidental terminó con su sueño español.

Hijo de emigrantes vascos (por eso su sobrenombre), Javier tenía la ilusión de participar en la hoy llamada ‘Liga de las Estrellas’. Su buena actuación en la Copa del Mundo México 1986 permitió que el Osasuna se fijara en él.

Participó en las primeras 11 jornadas... Hasta que llegó aquel duelo en el viejo estadio El Sadar. El ‘Vasco’ presentía que sería un día inolvidable, porque en el Sporting de Gijón militaba su amigo y compatriota Luis Flores. Tenía razón. Jamás borraría de su mente lo sucedido en el campo.

‘Lucho’ puso adelante a los visitantes y a Aguirre se le presentó la posibilidad de firmar la igualada. Persiguió un esférico hasta el área rival, donde el meta Juan Carlos Ablanedo salió con toda la decisión de evitar el gol. Lo logró, pero en el lance chocó con la pierna derecha del mexicano, quien resultó con fractura de tibia y peroné. La aventura del otro lado del Océano Atlántico había terminado... Momentáneamente.

Se reanudó poco más de tres lustros después, en el mismo club.

Para entonces, el ‘Vasco’ ya era un director técnico con experiencia en Mundiales y un título de Liga (el único hasta la fecha) en su hoja curricular.

Tras evitar el descenso del Atlante, club en el que se presentó como estratega, y coronar al Pachuca (Invierno 1999), clasificó a la Selección Mexicana a la Copa del Mundo Corea del Sur-Japón 2002, esa en la que se materializó la peor pesadilla de millones de aficionados tricolores: ser eliminados por Estados Unidos.

Fue entonces que mutó de salvador a “villano favorito”. Repitió la historia durante 2009 y 2010, aunque el final resultó más violento.

Su imagen con la mandíbula apretada y la visera de la gorra —casi en los ojos— previo al choque con Argentina, sólo fue el preludio de otra eliminación marcada por las decisiones inexplicables. Ninguna como la de otorgarle la titularidad a Adolfo Bautista.

Aquella tarde invernal sudafricana ya era el ‘Vasco’ de la encanecida cabellera, el del lenguaje igual o más florido, pero con el gesto adusto y el corazón exprimido, el que —como hoy— batalla con la adversidad.

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