BARCELONA.— “¡El rey ha muerto, larga vida al rey!”, clamaban en la antigüedad en la sucesión de las monarquías. Hoy es el caso del Barcelona y el Bayern Munich.

El primero, decadente, muy lejos del tiqui-taca aquel que sorprendió al mundo. El flamante heredero, infranqueable, orgulloso, listo para asumir los reflectores, como amplio favorito para adjudicarse la reciente versión de la Champions League.

Al menos ayer, el Bayern dio un nuevo golpe de autoridad, esta vez en el mismísimo Camp Nou, donde plasmó el rotundo ¡0-3! en la pizarra, con el que vapuleó al otrora monstruo catalán. Impresionante 7-0 global para dar el brinco a la final de la Liga de Campeones, en la que se medirá al también alemán Borussia Dortmund, orondo victimario del Real Madrid.

Destellos futbolísticos de alto impacto, silenciaron pronto a la multitud catalana, porque nunca vio a su equipo amenazante.

Ni por arriba ni por abajo era posible superar a estas torres alemanas, ordenadas y que parecían multiplicarse cada que algún contrario recibía el esférico. En cambio, en la contra, desplegaban un futbol vertical, efectivo, vistoso, que terminó por acabar con el Barça.

Primero, en 45 minutos apagaron todo anhelo de remontada. Después, en el arranque del complemento, golpearon y aniquiliaron al Barcelona. Pronto, apenas a tres minutos de reanudadas las hostilidades, Ribery aprovechó un mal despeje de Víctor Valdés y desde media cancha catapultó a Arjen Robben, quien bajó con el pecho, recortó a Adriano y liquidó al portero con un balazo cruzado de zurda.

Mudo, el Camp Nou entendió entonces que no había nada qué hacer. Su equipo, sin Lionel Messi, recluido en el banquillo, era incapaz de marcar un gol al Bayern. Mucho menos iba a conseguir seis.

Hasta entonces, un sector, el que optó por quedarse a ver el desenlace, aplaudió y arengó a su equipo. Nada que evitara una nueva goleada del contundente equipo alemán.

En el 72’, en pleno concierto, Ribery desbordó por izquierda y sobre la línea de fondo sacó centro que Piqué desvió con la rodilla. Tan mal le pegó que fusiló a su propio arquero. Autogol y 0-2, el sexto en el global.

Tres minutos después, Ribery volvió a escapar por la izquierda y centró con tal facilidad que esta vez Thomas Müller cabeceó sin piedad para sacudir las redes, ante la afición incrédula, a la que sólo le quedaba aplaudir el último hálito del Barcelona, el mismo que alguna vez llegó a dominar a toda Europa.

Del otro lado, sólido y temible, el Bayern presumía el músculo del sucesor al reino que ha dejado el Barcelona.

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