Ayer en la tarde El Colegio Nacional (ECN) ofreció la conferencia "La crítica literaria hispanoamericana en el siglo XIX o cuánto tardó en morir el neoclasicismo, impartida por Christopher Domínguez Michael, miembro ECN.

Domínguez Michael realizó un repaso histórico y literario de cómo se constituyó el canon crítico de la literatura mexicana a lo largo del siglo XIX y cómo nació lo que, hacia 1869, la generación de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) llamó la “literatura nacional”.

Antes de llegar a esa coyuntura en la que, después de la derrota de Maximiliano I, México se encontraba en un momento de festejo y de reivindicación de la literatura como herramienta de creación de la identidad nacional, tal como dictaba el romanticismo internacional, hubo una larga historia. Como estableció el crítico literario Domínguez Michael, “casi todas las historias de la literatura nacional empiezan en 1805”, con la creación de El Diario de México, una publicación periódica, la primera de su tipo, en un momento en que nacen en el mundo los llamados almanaques culturales o literarios. Fue la primera época en la que la prensa ejerció una función de entretenimiento, no sólo la de informar sobre decretos u ordenanzas.

En 1805 el Romanticismo no había llegado a la Nueva España ni a España, imperaba aún el neoclasicismo, que en la literatura se caracterizó por “la polémica entre los antiguos y los modernos”, tal como definió el colaborador de esta casa editorial. La rama conservadora del neoclasicismo fue la que se impuso desde Francia, que basaba las bellas letras, en la imitación de los antiguos, como la poesía bucólico pastoril de Virgilio, por ejemplo. En Italia, Portugal, Brasil y en la Nueva España se formaron asociaciones de cultivadores de este tipo de poesía: los arcades. Así pues, los primeros poetas mexicanos fueron estos arcades, que formaron la Arcadia mexicana y se dedicaron a imitar esta mitología pastoril. El principal de los poetas mexicanos de la Arcadia fue el fraile José Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809), que murió justo antes de la Independencia.

“La literatura mexicana es, hasta 1805, una literatura neoclásica que se basaba en un punto: el odio y el rechazo al barroco, lo que hoy consideramos lo mejor de la literatura mexicana”, señaló Christopher Domínguez Michael. La máxima exponente de esta corriente en México fue Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), cuya reputación literaria  fue destruida sistemáticamente durante los siglos XVIII y XIX, y no fue sino hasta Amado Nervo cuando de nuevo fue reivindicada su figura.

Después de la guerra de la Independencia, en 1810, los escritores se dividen y empiezan a hacer poesía de guerra, odas a la usanza grecolatina. Aún así, tal como apuntó el crítico, “la literatura novohispana no estaba preparada para ser mexicana ni estaba preparada para la independencia. El neoclasicismo no estaba preparado para ser arrasado, pero México necesitaba un nuevo relato contrario al servilismo neoclásico a la Corte”. Esta necesidad la vino a suplir Carlos María de Bustamante (1744-1848), quien reivindicó el Imperio Azteca y la República que nació en 1821 como la continuidad de la gloria prehispánica.

Christopher Domínguez Michael continuó explicando que “el verdadero fundador de la literatura moderna de México” fue el poeta de origen cubano José Maria Heredia (1803-1839), quien trasladó ese nuevo relato a la literatura, honrando el desaparecido mundo azteca.

Heredia fundó en Toluca la revista literaria La Minerva, la primera donde se pueden leer en español las literaturas románticas francesa e inglesa. Los arcades desaparecieron con la Guerra de Independencia: su literatura había quedado inutilizada por la tragedia histórica. Los primeros románticos mexicanos se conectaron con el relato de Carlos María de Bustamante y empezaron a hacer, de manera muy rudimentaria, historia nacional a través de la literatura.

“La novela fue el único género que escapó de la maldición neoclásica”, reveló el miembro de ECN, “porque era un género popular y destinado a quienes se consideraba públicos poco prestigiosos. Esto le dio a la novela una gran libertad, ya que no estaba bajo la vigilancia remota de la academia francesa y sus reglas neoclásicas”. La novela se convierte pues en el primer instrumento de una literatura nueva para los liberales que habían combatido contra la intervención de Maximiliano I, una literatura independiente, nacional y liberal, ajena al domino político e ideológico de la Iglesia Católica, la gran derrotada desde que Juárez anunció las Leyes de Reforma.

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