Después de la mañana del 19 de septiembre de 1985, cuando un terremoto de magnitud 8.1 derrumbó unos mil edificios en la Ciudad de México, el arquitecto Juan José Díaz Infante Núñez y su equipo salieron a las calles a supervisar posibles daños en los edificios de su autoría, como la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente (TAPO), y la Torre Citibank Reforma, el primer edificio de vidrio espejo en México. Por fortuna, ninguno de ellos había sufrido graves daños, pero la situación despertó su interés por desarrollar un edificio que resistiera los sismos, como “un manifiesto del inconsciente colectivo”. Así nació su casa antisísmica en Ámsterdam 270, en la colonia Condesa, una de las zonas más afectadas por aquel devastador terremoto.

Construida a partir de una estereoestructura de unos 30 metros de alto, con paredes y techos de acero, muros recubiertos con vidrios y espejos, así como tres esferas que le daban un toque futurista, este inmueble de quien es uno de los arquitectos más innovadores de la segunda mitad del siglo XX está a punto de desaparecer.

“La están desarmando poco a poco. Han empezado a desmantelar todo lo que había adentro”, alerta Juan José Díaz Infante Casasús, hijo del arquitecto fallecido en 2012.

Por su temporalidad, construida durante la segunda mitad del siglo XX, esta casa pionera en su tipo no se encuentra dentro del catálogo del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Sin embargo, el Instituto reconoce que se trata de una obra con valor patrimonial registrada en el catálogo de la Dirección de Patrimonio Cultural Urbano de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (Seduvi) y localizada en un Área de Conservación Patrimonial.

Según el catálogo de dicha dirección, el inmueble cuenta con nivel de protección 1, que es el nivel de conservación máximo, por lo que cualquier transformación o alteración está prohibida. No obstante, desde enero de 2012, la dirección del Patrimonio Cultural Urbano de Seduvi ha recibido constantes solicitudes para demolición de esta casa que pasó a manos de un particular en 2009.

“La casa se vendió en 2009 bajo el compromiso de que el nuevo propietario respetaría la obra”, comenta Díaz Infante Casasús.

Pero poco tiempo después, el edificio que este arquitecto experimental habitó por muchos años pasó a manos de una inmobiliaria, Odisea Chiapas, que desde 2012 ha buscado permisos de demolición ante Seduvi, la oficina encargada de otorgar o negar los permisos de alteración a inmuebles con valor patrimonial, histórico o artístico, en la Ciudad de México. Según esta instancia, por área de Atención Ciudadana se han recibido hasta ahora cinco ingresos de solicitudes de demolición. Las respuestas siempre han sido NO. “Se han atendido con apego a la normativa y se ha negado la demolición total... En todo momento se ha solicitado que se realice un proyecto que ponga en valor el bien arquitectónico”, señala Seduvi a este diario.

“Seduvi rebota todas las solicitudes, pero hay una demolición hormiga, poco a poco. Por fuera se ve que empezaron a desmontar la esfera de arriba. Han proseguido a pesar de las amonestaciones o indicaciones de la autoridad, quitar una ventana un día, al otro día otra. Los vecinos siempre me llaman por teléfono y me dicen: ‘están desbalijando la casa’”, expresa Díaz Infante Casasús. El también fotógrafo asegura que incluso se le ha sugerido a la inmobiliaria desmontar la casa y conservarla en otro sitio para que puedan construir su desarrollo inmobiliario, pero hasta ahora no ha habido ninguna respuesta.

En 2015, en el Museo Nacional de Arquitectura en el Palacio de Bellas Artes, se montó la exposición Las pieles del espacio, en homenaje a tres años de la muerte de este arquitecto. Desde entonces, Díaz Infante Casasús, curador de esa muestra que sigue itinerando por el país, alertó sobre la destrucción de la casa de su padre. En julio de ese año, en la Cámara de Diputados se propuso incluso un punto de acuerdo para que el INBA, Seduvi y las autoridades locales informaran sobre la situación del edificio y que formularan “rutas de acción posibles para la conservación en condiciones dignas de la obra”.

Dos años después, nada se ha resuelto. La casa ubicada en el corazón de la Condesa luce abandonada, sus puertas selladas con alambres; en el patio yacen partes de la estructura de la casa. La esfera de 11 metros de diámetro que estaba en la azotea ha desaparecido. La mitad de esta estructura funcionaba como un mirador sobre la ciudad y la otra como una recámara.

“Este lo veo como un caso de ciudadanos portándose mal, que actúan a pesar de la negativa de la autoridad, y a quien en realidad le tocaría ser el policía de todo esto es la delegación Cuauhtémoc”, comenta el fotógrafo, quien cuestiona los privilegios que las inmobiliarias tienen en esta ciudad para alterar el patrimonio arquitectónico sin que haya mayores sanciones.

“Creo que la ciudad tiene que ser coherente y esto le atañe al jefe de gobierno porque ellos te dicen que si te estacionas 10 segundos en un lugar donde no debes, llega un policía, te ponen el candado y te cobran 800 pesos. Resulta que estacionarse sí es un crimen, pero desmantelar un patrimonio artístico no. ¿Qué diferencia hay entre esto y desobedecer a la autoridad de no demoler una casa? ¿Por qué no se hace nada cuando están desmantelando uno de los monumentos más simbólicos del terremoto del 85?”.

Al rescate de Díaz Infante. A la par de esta vivienda antisísmica, hay otras obras de este arquitecto que han sido alteradas en los últimos años, señala su hijo. Entre ellas, el edificio de la delegación Venustiano Carranza cuya fachada y cúpula han sido alteradas, así como el edificio que creó para un bufete industrial en la colonia del Valle.

Otra de sus obras que se encontraba en total abandono es una pequeña casa fabricada en fibra de vidrio que se encuentra en el jardín frontal del Museo de Arte Moderno.

La pieza es un ejemplar de las casas de plástico que el arquitecto Díaz Infante comenzó a construir en los años 60 como una innovadora propuesta arquitectónica e industrial. Algunos ejemplares de estas casas se encuentran en Durango, Tlalnepantla, y en el Observatorio de San Pedro Mártir, en Baja California Norte. La del Museo de Arte Moderno, explica su hijo, fue una pieza que se quedó en ese sitio después de que el recinto montó una exposición para explorar su teoría denominada “Kalikosmia” ( de las palabras ‘casa’ en náhuatl, y ‘cosmo’, universo).

La obra que en ese espacio convive con piezas de otros artistas y escultores de la segunda mitad del siglo XX no recibió ningún mantenimiento por más de 50 años. “Estaba cayéndose a pedazos”, dice Díaz Infante Casasús, quien con el apoyo de patrocinios privados y la colaboración del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (CENCROPAM) del INBA emprendió en 2015 un proyecto de restauración integral.

Los trabajos culminaron hace tres meses, en diciembre de 2016, y el objetivo es que sea abierta al público. Según el Instituto Nacional de Bellas Artes, “esta obra será parte de las actividades culturales que ofrece el museo y será posible que el público interesado pueda visitarla”. Pero por ahora sus puertas siguen cerradas.

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