El Día Internacional de la Poesía representa un fortalecimiento cultural de la humanidad, se trata de una confirmación del entendimiento unificado que posee el ser humano a pesar de la diversidad de sus creencias, lenguajes y costumbres.

Como refiriendo al mundo clásico, la celebración fue instituida cada 21 de Martius, primera faceta del ciclo planetario, donde el sol alcanza su cenit y las flores se manifiestan. Entre otros, este proceso —anterior a nuestras civilizaciones— da cuenta innegable de una existencia que por sí misma es poseedora de equilibrio y armonía. Estos ciclos suceden antes del uso de las palabras con las que intentamos entenderlos y hacerlos nuestros, desde hace tanto, fallando frecuentemente en nuestros esbozos. Inclusive, en momentos de nuestra Historia ha sido la palabra (o su determinado uso) la causa de las limitaciones del alcance de nuestro entendimiento, de ahí muchos de los problemas en nuestra línea de tiempo. Pero, ¿dónde se encuentra el desajuste entre el acto de representación por medio de la palabra y su intensión de aprehender fidedignamente el mundo?

Al haber un proceso (o intento) de codificación, le sucede otro de alienación. Al momento de nombrar la existencia (o lo que percibimos de ella), se está dando ya un paso en falso; no se puede contener el ser de un ave o un astro únicamente en su denominación verbal, y por ello, la interacción del humano con el mundo se vuelve imperceptiblemente extraña, ajena. Sin embargo, darse cuenta de las limitaciones que infringe a nuestro entendimiento el propio lenguaje, significa adquirir un sentido de apertura y búsqueda de lo inasible al símbolo. Al ser una forma de comunicación que transgrede el uso tradicional de la palabra, la poesía es al mismo tiempo un umbral.

¿Cómo entrelazar, entonces, el significado y sentido de creación, fabricación o nacimiento del propio término con lo aquí propuesto? Suponer que la poesía encuentra su justificación sólo en la creación literaria, en la fabricación de estructuras armónicas de la palabra, sería caer en un juicio reductivo. La creación poética responde —esencialmente— al intento de aprehensión de esa existencia extraña, independiente a su nombramiento (y que a veces podemos sólo intuir); hablamos de una poderosa herramienta (mazo y cincel) con la que nos es posible penetrar los muros (apalabrados) que encierran, adiestrando y anestesiando, la potencia de nuestra percepción —capaz de maravillarse ante el acontecer del mundo. Es a través de estos orificios por donde ha de entrar la luz, iluminando tenuemente el cuarto habitado, la cual es además inagotable— de ahí su capacidad, por antiguo que sea el texto, de sacudir la conciencia. Así, el acto de poiesis se consuma con la claridad obsequiada. En consecuencia, el acto poético encuentra su orientación en los propósitos humanos, más allá de los artísticos. Por ello, nos es posible atestiguar su permanencia milenaria y su trascendencia en la especie humana.

El Día Internacional de la Poesía se presenta como un importante e incluyente impulsor de este propósito; una ocasión en donde, en mayor o menor medida, todos somos invitados a compartir las entradas de luz, y posibilitar el surgimiento de nuevos entendimientos (intelectuales, emocionales o espirituales) en nosotros. La poesía es el espacio atemporal que otorga claridad a los complejos estados del espíritu humano.

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