Para Víctor Trujillo mi respaldo y mi cariño.

El 2020 ha sido un año doloroso para la humanidad. Le quedan apenas unos días y los retos siguen. Las fiestas decembrinas son un detonante extra para la tristeza, el hartazgo y la depresión. Más allá de lo que estas fechas significan religiosa y emocionalmente, muchos de los comercios, hoteles y restaurantes esperaban recuperarse económicamente. En el centro del país no va a suceder. La emergencia sanitaria ocasionada por el Covid 19, aún con la vacuna ya circulando en algunos lugares del mundo, no está dando tregua.

La ocupación hospitalaria ya alcanzó el 85% por lo que volvimos al semáforo rojo tanto en la Ciudad de México como en el Estado de México. Antes de llegar a que se declarara este color que indica la máxima alerta, hemos sido testigos de cómo el gobierno marcó varios grados de naranja, provocando una auténtica pérdida de verosimilitud en la gravedad de la pandemia y en el mensaje y medidas para controlarla.

¿El resultado?

—No queda mucho respeto ni miedo por el virus en algunos y los hospitales están al borde del colapso. En el Valle de México, donde habitamos cerca de 23 millones de personas, están recibiendo más pacientes que en el mes de mayo que fue cuando nos dijeron que era el pico de la pandemia.

—Mantenemos dolorosamente el primer lugar mundial en pérdidas de personal de salud, (ya he señalado antes en esta columna que no estamos cuidando a quienes nos cuidan.)

El pasado sábado, con la declaración del semáforo en rojo, las restricciones se activaron. Cerraron todas las actividades y comercios no esenciales y así tendrán que permanecer hasta el 10 de enero. Al final, el gobierno mexicano estiró la liga para evitar un colapso económico que de todas maneras está sucediendo. Y es que de todas las formas que había para regresar al semáforo rojo eligieron la peor. Hacerlo de un día para otro implica que quienes invirtieron en inventario y asumieron los costos de los protocolos sanitarios sean los grandes perdedores. Las cadenas de producción se afectan de manera dramática con un alto así de repentino.

Lo que vimos, al menos este fin de semana, fue a los comerciantesestablecidos cerrados y agobiados, mientras los informales se comieron el mercado desde un ambulantaje que no cuida la sana distancia, no exige el uso de cubrebocas, ni paga impuestos que podrían destinarse al sector salud.

¿Por qué nuestros dirigentes tomaron estas decisiones? ¿Por qué dejar todo hasta el final cuando el precio de la procrastinación históricamente ha sido carísimo y claramente letal? Una autoridad que improvisa y que cuando corrige lo hace tan mal, no protege adecuadamente ni la salud de la gente ni la de las empresas que generan empleos formales. Está claro que ponderar entre la emergencia sanitaria y la emergencia económica no es sencillo, pero pareciera que de las opciones que hay, se quedan con las más nocivas.

Feliz Navidad. Un abrazo.

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