La verdad es que desde hace tiempo que se había acabado para mí aquella mística de acudir a la ceremonia del Grito de Independencia. Recuerdo perfecto la emoción, que hace unos años, giraba alrededor del 15 de septiembre y todo lo que significaba llegar temprano a Plaza de Armas para apartar lugar y tener una buena perspectiva del balcón central. Después de una espera de dos o a veces tres horas, de pie, y en ocasiones bajo la lluvia ¡por fin llegaba el tan esperado momento! De las profundidades de la Casa de la Corregidora, muy encorbatado y formal, salía el gobernante en turno a vitorear a los héroes que nos dieron Patria y Libertad. ¡Que viva doña Josefa! ¡Que viva don Miguel! ¡Que viva fulanito, zutanito y perenganito! (los nombres de los héroes cambiaban dependiendo de qué tan original, republicano o conservador era el funcionario) Y todos lo que nos agolpábamos en la plaza, coreábamos con gran entusiasmo cada viva y cada alegato. El corazón saltaba en el pecho y nuestra sangre mexicana vibraba de emoción.

De ahí en adelante todo era fiesta: los fuegos pirotécnicos, el huapango de Moncayo que no podía faltar, la música de mariachi, la espuma que salía de latas de aerosol y que de momento nos causaba risa y al día siguiente enojo porque no se quitaba la mancha de nuestra playera o chamarra favorita…

No sé ustedes, pero este año no vi nada parecido. No quisiera referirme al montadísimo grito del presidente en el Zócalo de CDMX, porque ése se cuece aparte con sus acarreados o “invitados especiales” como dirían eufemísticamente. De ese no voy a hablar porque era claro que ahí no había emoción sincera; la pasión había quedado detenida a la altura del palacio de Bellas Artes donde las filas interminables de policías pararon la marcha contra Peña Nieto.

Voy a hablar de lo que no vi en la Plaza de Armas queretana y tampoco en las repeticiones de algunos gritos en otros lugares de la república. No me pareció que –como en otros años- pulularan las chicas pintadas de la cara con los colores patrios; o los hombres semidesnudos con sombreros gigantes y bigotes postizos gritando ¡Viva México ca…!

Me parece a mi que puede haber varias razones por las que pudiera ser esta falta de emoción: primero, hay una desaprobación generalizada de la ciudadanía hacia los gobernantes; digo, en Querétaro hay que comenzar por las obras públicas que entorpecen el tránsito por doquier, pasando por la recolección de basura, la caída misteriosa de árboles decenarios, la contratación de empleados para puestos fantasmas, la constante evasión de las autoridades ante un problema creciente de seguridad etc.

La situación nacional también merma el ambiente festivo: la reciente visita de Trump y la humillación de México ante los ojos del mundo, cortesía del señor Peña. Ni qué decir la crisis económica, los gasolinazos que supuestamente ya se habían acabado y el anuncio de los recortes presupuestales a sectores de educación, salud, cultura, apoyos agrícolas…o sea los más importantes para la población en general. Recortes que contrastan con los cada vez más escandalosos salarios de los funcionarios públicos.

Todo se juntó para reducir la efervescencia de los mexicanos en estas fechas y propiciar que, aunque se cumpliera con el compromiso de llenar las plazas, se hiciera de forma ritual y no con un ánimo de celebración. Creo que los mexicanos acudimos al grito por no dejar, porque es parte de nuestra cultura, pero me parece que en los espejos de todos los rostros con los que me topé este año se escribía de forma velada la misma pregunta ¿es que tenemos algo que festejar?

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