Vas con un grupo, recorriendo pueblos de pescadores. Alguien, que conoce la leyenda, señala un balcón y cuenta que ahí se asomaba una mujer vestida de negro, oteando el horizonte en espera de su marido y sus hijos. Patxi Andión, quien recogía historias de España, cuenta en su canción “Nana a una vieja viuda del mar”: “A tus hijos les dio la ocasión de luchar / y a ti solo te dio el favor de esperar. / En la orilla del mar tú sembraste amor / y la orilla del mar te devolvió dolor”.

Durante siglos, las viudas fueron protegidas por la comunidad. En pequeñas aldeas o grandes ciudades, eran vistas con respeto, no exento de compasión. En múltiples pasajes, la Biblia conmina a ayudarles, como en Isaías: “¡Aprendan a hacer el bien! / ¡Busquen la justicia y reprendan al opresor! / ¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda!”

Era una reacción común en una viuda dejar al marido bajo una lápida nueva para asumir la condición de menor de edad, como persona incapaz de resolver los problemas de la jornada. Buscaban refugio en la casa paterna o se quedaban solas en casa, atendiendo a sus hijos, que se volvían sus figuras de autoridad.

Esta situación ha cambiado. Lo que no cambia es el dolor de la pérdida de la pareja. Algunas mujeres de mi generación ya son viudas. Entre los 60 y los 70 años, la posibilidad de que pierdan a su compañero de vida llega hasta un 40%, mientras los hombres alcanzan el 13%. Según estudios recientes, el golpe psicológico y el duelo son mayores en hombres que en mujeres, quienes se recuperan entre los 12 y 18 meses, de acuerdo con su ideología, creencias y fe.

La espléndida novela Patria de Fernando Aramburu, describe la relación entre dos familias del País Vasco, separadas a raíz de la acción de ETA. La voz narrativa entra en la mente de Bittori, viuda a raíz del artero asesinato de su marido por los terroristas: “De noche, cuando volvió sola a su casa, estuvo a dos dedos de sentarse ante la foto del Txato y confesarle sus temores; pero le dolía la cabeza y además el Txato, en cuestiones familiares, aún más tratándose de su hija, tenía la costumbre de ponerse sentimental. Era de lágrima fácil aquel hombre, y aunque las fotos no lloran, yo ya me entiendo”.

Muchas viudas adoptan la costumbre de hablar con las fotografías del marido difunto. Le piden su autorización para tomar una decisión, le comparten sus sueños, anhelos, frustración y dolores. Colocan el retrato en lugar principal, hacen que los hijos se postren frente a esa imagen.

El inicio de la película Volver de Pedro Almodóvar, filmada en 2006, presenta a un grupo de viudas, en el cementerio del pueblo, dedicadas con afán a limpiar las lápidas de las tumbas de sus esposos. Penélope Cruz, bellísima, hace el papel de Raymunda, quien saca brillo al mármol de sus padres. Raymunda dice a su hermana: “Mamá tuvo suerte, murió abrazada a papá, quien era lo que más quería en el mundo”.

Hoy en día, muchas viudas asumen su independencia y toman las riendas de su vida en sus manos, sin temor a las habladurías. Emprenden o fortalecen sus propios negocios y, al mirarse al espejo, encuentran al amor de su vida.

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