A Deborah

En la búsqueda de promover aprendizajes más allá del trabajo escolar, mis compañeras del Cuerpo Académico “Modernidad, Desarrollo y Educación”, organizaron un foro virtual sobre la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941) y así continuar con la conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8M). El texto a discutir fue A room of one’s own (“El cuarto de uno”, 1929), que presenta un resumen de las conferencias ofrecidas por Woolf en los dos colegios de la Universidad de Cambridge que, en ese tiempo, aceptaban mujeres (Newnham y Girton).

Para Woolf, la habitación propia, junto con los medios económicos suficientes, son condiciones esenciales para dedicarse a escribir novelas. Pero tal necesidad no topa sólo en lo material. Woolf cuestionó la falta de oportunidades en la Inglaterra de principios del siglo veinte para que la mujer se dedicara a la literatura. “Mientras el talento es universal, las oportunidades no”, dirían hoy en el Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Pero tampoco el cuestionamiento social tiene que ser áspero. Woolf escribe bellamente su sentir: “Hasta el viento parecía latir como una bandera”.

En “Una habitación propia” se combinan la imaginación creativa, la realidad objetiva y la reivindicación política. “La obra de imaginación”, reafirma Woolf, “es como una telaraña” que está “atada a la realidad” de manera muy “leve” pero sobre las “cuatro puntas”. Además, si Virginia Woolf se hubiera resignado a cumplir los tradicionales roles femeninos que la sociedad le imponía, la literatura se habría empobrecido “hasta un punto indescriptible”, como ella bien asienta. Al cerrarle la puerta a las mujeres, se clausura la creación. La desigualdad no es buena para nadie.

Otra aspecto que me atrae de “Un cuarto para una” es la crítica. En Woolf, advierto esa honestidad al pensar y al juzgar de las grandes mentes que, según la escritora y citando a Samuel T. Coleridge (1772-1834), “son andróginas” porque transmiten “la emoción sin obstáculos”. Puedo abrazar un causa como la feminista y cuestionar la realidad, pero eso no necesariamente implica alabar por alabar ni fugarse del contexto. Woolf, en su reflexión, se cuestiona abiertamente si no está lisonjeando a su propio sexo, algo que “siempre es sospechoso y a menudo tonto”.

Al final de su ensayo, la intelectual habla de la “división de la conciencia”. ¿Y esto qué es? Que uno puede pertenecer —quizás por fatalidad— al sector fifí (Whitehall) y ser “heredera natural de aquella civilización”, pero eso no impide sentirse excluida ni dejar de lado el deseo de criticar. Esto es una gran lección. La mente “siempre está alterando su enfoque y mirando el mundo bajo diferentes perspectivas”, dice Woolf. Fijar entonces la mirada en un solo punto puede hacernos tuertos y completamente ciegos.

La creación está presente aún en los peores tiempos, recuerda Woolf. El encierro y el trabajo escolar en casa al que ahora nos vemos forzados por la pandemia no es algo que todas y todos queramos mantener y no tendría porqué restringir nuestra imaginación. Aunque pasemos largas horas en nuestro “cuarto propio”, la realidad está allá afuera, la recreamos al sentir y esa realidad es digna de vivirse plenamente pese a que nos indigna.

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