Si la matanza de Tlatelolco, que en octubre llegará a los 50 años de su consumación es todavía una herida en la conciencia nacional porque jamás se aclaró ni mucho menos hubo responsables, más lo es el trauma que dejó en las autoridades, reducidas desde entonces al inmovilismo, la indecisión y el temor para actuar, hoy, al interior de la UNAM a fin de corregir el grave problema de venta de drogas que la envuelve y la hiere.

El movimiento del 68, protagonizado centralmente por estudiantes de nuestra máxima casa de estudios y del Politécnico, marcó un parteaguas en la historia del país. Miles de muchachos fueron sometidos a bayoneta calada por sus exigencias de democracia y libertad, y se los comenzó a ver con bastantes reservas y a la mayor distancia posible.

Equivocadamente, se mantuvo la idea de que, con la capacidad de organización y movilización que habían mostrado antes de los Juegos Olímpicos celebrados aquí, podrían sublevarse, causar desorden, caos, violencia y desestabilizar al gobierno.

Se estableció y permanece la idea equivocada de que la más grande e importante institución de enseñanza superior que tenemos, es un riesgo, casi una carga de dinamita que no hay que mover. Por eso, el gobierno ha tenido especial cuidado en manejar con pinzas todo alrededor de ella. Se llega al exceso de considerar que un conflicto en el ámbito universitario puede hacer “rodar cabezas”.

Junto a este mito, se esgrimió la autonomía de la UNAM para mantener una política de laissez faire, laissez passer, sobre la cual algunos seudoestudiantes, una insignificante minoría —en contraste con la verdadera grandeza y el valor de sus auténticos estudiantes, profesores, investigadores y personal administrativo—, hizo lo que quiso sin que nadie se atreviera a ponerles un alto.

En nombre del status legal realmente simbólico e inaceptable que tiene la UNAM, un reducido grupo de malvivientes, drogadictos, arbitrarios y violentos, se volvieron intocables. Instalados como en su casa, precisamente y de manera permanente desde hace décadas en el Auditorio Che Guevara, del que ningún rector ha querido desalojarlos, fueron escalando la dimensión de sus atrocidades y delitos.

La venta de estupefacientes que hoy aflora con toda su crudeza en esa institución, no puede considerarse ajena a ellos, sino impulsada y controlada por ellos. ¿Es de creer que ningún funcionario, de ningún rango, está involucrado en alguna forma en ese funesto negocio?

¿Cómo se va a extirpar todo ese pus? No hay manera mientras se piense erróneamente que autonomía es sinónimo de extraterritorialidad, que el campus universitario es una ínsula y que ningún cuerpo policiaco puede entrar en él, así sea para capturar criminales.

La UNAM no puede ser vista, desde ninguna óptica, como un territorio ajeno al resto del país, pues está dentro de él, en su corazón, en más de un sentido. El cumplimiento del noble deber que tiene, que es el de educar, explica su naturaleza y tiene como piedra angular la partida presupuestaria que recibe anualmente. Los contribuyentes no pueden ser reducidos a sostenerla y a que no pongan los ojos en ella. No hay ninguna razón fundada para que se maneje como un ente separado. Es evidente que lo que ocurra dentro y en su entorno, debe ser ajustado al Derecho. Y para que éste rija, no hay más que apelar a la fuerza que le da origen y sustento.

Quienes deben pugnar por eso, justamente, son las autoridades académicas. El rector Enrique Graue puede y debe pedir la intervención del gobierno en el nivel que sea necesario para exterminar el cáncer del narcomenudeo, en paralelo con la loable campaña de concientización que se lleva a cabo entre la comunidad para rechazar y soslayar el peligro que constituyen los vendedores de drogas y su veneno.

Actuar en ese sentido, no implica que se vaya a tener un cuerpo policiaco permanente al interior de las instalaciones universitarias ni que vaya a entrar el Ejército y/o la Marina a arrasar con todo y a atropellar a todos.

Los narcotraficantes están o pueden ser ubicados e identificados. Se sabe en qué punto hacen su peligroso negocio. ¿Acaso sería imposible la detención cuidadosa, selectiva y justificada de una pequeña bola de rufianes que afectan a una comunidad de medio millón de personas, consideradas fundamentales para que este país siga avanzando?

Empero, para actuar en esa vertiente, se precisa determinación y coraje, claridad de cómo resolver un problema preocupante que no se debe dejar suelto para que siga creciendo, y una estrategia que permita, en una acción temporal, relampagueante, quirúrgica y única, deshacerse del cáncer que, de reafirmarse en la UNAM, derivará en consecuencias tan indeseables como perniciosas.

Si Enrique Graue da ese paso, recibirá el apoyo de todos. ¿Se atreverá a dejar a un lado sus precauciones y falta de voluntad personal y política?

SOTTO VOCE… La táctica de AMLO de abrir las puertas de Morena a cuanto ambicioso, oportunista y acomodaticio se le atraviesa, empieza a ser un factor que quizá no lo sostenga hasta las elecciones donde está ahora, en las encuestas. La ciudadanía empieza a darse cuenta de que, de ganar, el próximo sería un gobierno en el que habría muchos impresentables que, de jugar un papel importante, serían muy peligrosos en el contexto nacional e internacional… La mancuerna José Ramón Amieva-Luis Serna, será fundamental para una transición tersa y profesional en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

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