La conocí en 1998 cuando ingresé a laborar a un importante grupo inmobiliario que estaba en proceso de crecimiento gracias a diversas alianzas con inversionistas extranjeros que se sumaron al proyecto de crecimiento industrial y de vivienda en el estado.

Recuerdo el primer día de trabajo, me asignaron el escritorio que ella tenía en ese momento, ya que la dinámica de aquella oficina era muy vertiginosa y un poco accidentada. Al enterarme, me presenté con ella de inmediato y le solicité sin conocernos, reunirnos a platicar un momento fuera del área de trabajo en el pequeño centro comercial donde estaban ubicadas las oficinas. Me presenté y me disculpé por el involuntario contratiempo; de inmediato supo que seríamos compañeros de trabajo y no obstante la molestia, reaccionó amablemente ante esa inesperada circunstancia. Esa primera charla estableció de inmediato un canal de comunicación que duró hasta ahora.

Al paso de un par de años, hubo una nueva serie de cambios en la organización y una mudanza de oficinas a un lugar mucho más propicio para todos. En esa nueva estructura quedé al frente de un valioso equipo de trabajo siendo ella una pieza medular del mismo. Trabajar a su lado fue una enorme fortuna, fui descubriendo en la cotidiana convivencia laboral, a una mujer brillante, inteligente y valiente para enfrentar los retos y los problemas que la dinámica del trabajo nos ponía sobre la mesa.

De una manera discreta, pero decidida, fortalecía su equipo de mujeres y hombres jóvenes. Atenta siempre a desempeñar profesionalmente su carrera como contadora pública, con un trato firme y seguro, pero siempre acompañado de una sonrisa y  un comentario de reconocimiento y de retroalimentación.

Con el paso del tiempo, nos regalábamos momentos para ir construyendo una sólida y fuerte amistad, en la que la confianza y las confidencias eran compartidas en años en los cuales las jornadas eran agotadoras, siempre atenta a las prioridades de su familia. Tenía a mano el comentario oportuno, sincero y objetivo y se expresaba con mucha claridad mientras defendía sus decisiones y a sus  colaboradores. En la fiesta anual de la empresa disfrutaba como pocos el baile con los colaboradores que tenían talento para corresponderle.

Trabajamos juntos durante 16 años y después de tomar rumbos diferentes, la vida nos brindó la posibilidad de coincidir siete más en tareas de apoyo al arte y la cultura. Nos seguimos reuniendo, no con la frecuencia que yo hubiera deseado, desayunábamos o comíamos con amigos comunes. Ello nos permitió seguir honrando la amistad.

Un día me compartió que enfrentaba un nuevo reto: el cáncer.  Lo enfrentó como la gran mujer que era, con dignidad, templanza y valentía, pero sobre todo con la alegría de disfrutar lo que la vida le permitiera hasta que la terquedad de ese enemigo lograra su terrible afán. Hace apenas unos días murió mi entrañable amiga Lolita Leyva Rojas, una mujer que ha sido muy importante en mi vida, a quien le guardo gratitud, reconocimiento y memoria, por lo que compartimos trabajando juntos, pero sobre todo por lo mucho que aprendí de ella y por enorme calidad personal, su generosidad y porque siempre prevaleció su sonrisa por encima de todas las dificultades. Sus hijos Jaime y Brenda saben muy bien que fue una extraordinaria mujer que vivirá por siempre en los corazones de mucha gente en este Querétaro nuevo que deseamos conservar. ¡Hasta siempre Lolita!

@GerardoProal

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