Estamos a cinco días del anunciado regreso a clases presenciales. Tras un cierre total de escuelas durante 53 semanas, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo el 24 de julio que “llueve, truene o relampaguee” habrá clases presenciales en agosto.

Aunque ese mandato llega desde el Gobierno Federal, depende de las autoridades estatales y de las comunidades educativas que este esperado regreso a clases sea exitoso. Por exitoso me refiero a que sea capaz de prevenir contagios masivos, mientras los niños retoman su desarrollo socioemocional y recuperan aprendizajes perdidos durante las clases a distancia. Una misión compleja.

Hace unos días, leí una carta de la Mesa Directiva del Colegio de Pediatras de Querétaro A.C. donde mencionan la importancia de la corresponsabilidad para el regreso a clases, concepto con el que coincido. Todos los que conformamos la comunidad educativa tenemos un rol crucial.

Las autoridades estatales, de salud y educación, tienen la misión de definir criterios aterrizados para dirigir un regreso a clases seguro, pese a que la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha dado directrices ambiguas y no ha incrementado el presupuesto para ello.

En Querétaro, el regreso presencial será escalonado en función de las características de cada plantel y la probabilidad de contagio de cada municipio. Se espera que el lunes abran 924 escuelas públicas y privadas, equivalente a 21% del total de escuelas en el estado. Además, se habilitó un portal (https://www.regresoaclasesqueretaro.com/) que, si se nutre adecuadamente, concentrará la información más importante para que los padres tomemos decisiones mejor informadas.

Las escuelas tienen el reto de definir, comunicar e implementar protocolos sanitarios de forma transparente, los cuales deberán evolucionar con base en lo que se observe durante sus primeras etapas. Esto implica, además, colaborar con autoridades y apegarse a los lineamientos oficiales. A la par deberán apoyar a sus docentes y mantener un diálogo abierto con los padres de familia.

Los docentes enfrentan uno de los mayores desafíos de su profesión. Recibirán niños con gran diversidad de conocimientos y con heridas físicas —en caso de violencia— y emocionales —por la tensión que todos los hogares hemos vivido ante la incertidumbre y los golpes de la pandemia. Deberán explotar todo lo que saben para apapachar a esos niños, mientras aprenden.

Los padres de familia tendremos que ser sensibles ante las necesidades de nuestra comunidad. En nosotros estará no mandar a nuestros niños enfermos ni con síntomas, ser honestos respecto a casos de Covid-19 cercanos o actividades de riesgo y hacer críticas constructivas alrededor de las áreas de oportunidad que detectemos en nuestras escuelas.

Regresar a las aulas es una decisión compleja que implica el balance de riesgos. A todos nos conviene que el 30 de agosto sea el inicio de una experiencia exitosa y colaborativa para mejorar el bienestar físico y emocional, así como los aprendizajes de los niños y jóvenes de este país.

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