Cuando ya ha pasado un mes y medio de la tragedia que aún viven muchos mexicanos en diversas poblaciones del interior y en la Ciudad de México, donde miles de ellos perdieron sus hogares que colapsaron por las manifestaciones de la naturaleza en nuestro frágil planeta. Pareciera que ante el inevitable correr de los días, las aguas de lo cotidiano toman de nuevo su cauce y fluyen con cierta normalidad. Sin embargo, en los sitios donde se vivió la tragedia, aún una gran cantidad de personas se enfrentan a situaciones difíciles y a un panorama adverso, muy distinto a esa relativa normalidad que vivimos la mayoría.

Las familias de las poblaciones y zonas más afectadas, son hoy día como árboles firmes que han perdido hojas y flores, pero que mantienen ramas firmes y no dejan el cálido color del sol de la esperanza que aún les cubre con sus rayos, a pesar de vivir el real temor de que llegue el ocaso de la ayuda que siguen necesitando de los demás. Entre el desnudo ramaje, mantienen presente un nido que alberga la dignidad y el sueño de un mejor mañana.

En nuestra ciudad, volvimos de nuevo a la cotidianidad y corremos el riesgo de olvidarnos de lo importante que resulta hacerles llegar las pequeñas varas individuales para que sigan fortaleciendo ese nido con nuestra ayuda y les demos la certeza de que la primavera del mañana les hará florecer de nuevo a ellos y a otros que también requieren de la generosidad en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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