El presidente municipal de Colón, Alejandro Cabrera, ha puesto un ejemplo que, sin temor a equivocarme, merece el aplauso. Sucede que Cabrera encontró un “precipicio financiero” (le llaman “boquete”) de 30 millones de pesos —y contando—, fruto del buen ejercicio que la anterior administración del municipio queretano había llevado a cabo. Lejos de lamentarse ante los medios o ir con el gobierno estatal a ver qué le daban, él y los regidores decidieron unilateralmente reducir su salario en un 20%; 50% en participaciones y 10% adicional a los funcionarios de “primer nivel”.

Nada más con esta medida, Alejandro Cabrera, regidores y funcionarios van a ahorrar un millón de pesos mensuales. En 30 meses, sin endeudarse, sin morirse de hambre, sin quitarle a la gente la poquita obra que se puede hacer en los municipios del interior del estado, lavarán las culpas de la gestión anterior y pondrán de nuevo a Colón en capacidad de exigir que otros (gobierno estatal y federal) se pongan las pilas y revisen sus políticas de asignación de recursos públicos hacia ese municipio, que resguarda, entre otras maravillas, la Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, patrona de la Diócesis de Querétaro y centro nacional de peregrinaciones.

Bien mirado, Alejandro no va a mermar su Hacienda. Su ingreso de 100 mil pesos bajará a 79 mil pesos al mes; salario bastante competitivo, sobre todo si miramos el escalafón de sueldos en un país con 62 millones de pobres (cuyos ingresos no llegan a los 4 mil pesos mensuales). Pero también es cierto que los políticos de este país no se distinguen por sus ejercicios de austeridad y enmienda de los errores (o aciertos) de sus antecesores. Echan la culpa muy campantes. Luego, a chillar para poder vivir del presupuesto. Cabrera ha puesto el dedo en la llama: si quieres servir, lo primero que tienes que hacer es dejar a un lado tu propio interés y ver el de la comunidad. Punto. Lo demás son lamentos y jeremiadas.

Hay otras medidas que está propiciando el presidente municipal de Colón, de las que dio cuenta EL UNIVERSAL el sábado pasado. No creo que sea el sitio para discutirlas. Quiero, simplemente, tomar un par de aspectos relevantes que, ojalá, cundieran en otros lares, en presidencias municipales o gubernaturas en que los funcionarios se sirven con la cuchara grande, viendo que el país se les desgaja y se les cae frente a sus narices.

“La palabra mueve pero el ejemplo arrastra”, dice el refrán popular. Y es así. Sin testimonio no hay valores. Los valores no son nada si no hay alguien que dice “yo”. Alejandro Cabrera lo ha dicho. También sus regidores y funcionarios. Enhorabuena. No es populismo. Es realismo. Lo segundo: se es presidente de un municipio, no de una empresa personal. Los fallos o los aciertos de la anterior administración son cuestiones que el nuevo ayuntamiento debe asumir. Se trata de instituciones públicas y, como tales, deben responder.

No hay nada más horroroso que una presidencia que niega el pasado, que hace depender todo del presente y que deja colgados a miles que hicieron tratos con una institución. Eso esconde ganas de seguir delinquiendo. De lo contrario, como también ha sido ejemplo Colón, se demanda penalmente a los que robaron y se aprieta uno el cinturón.

Periodista y editor

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