Un PRI miope y un Partido Verde adicto al dinero público se colocaron este fin de semana en una ruta de colisión en Chiapas. Ello atraerá riesgos impredecibles para la alianza que sostienen ambos y para la correlación general de fuerzas en la batalla por la Presidencia de la República.

La dirigencia priísta, a cargo de Enrique Ochoa, que impuso la candidatura de Roberto Albores como abanderado de la alianza PRI-Verde-Panal para suceder a al actual mandatario, Manuel Velasco, demostró una profunda ignorancia sobre lo que ocurre en esa entidad del sureste del país. Ello quedó ratificado con la fallida presunción de que Ochoa había convencido al líder real del Verde, Emilio González, cuya lógica política siempre parece estar conectada con el grosor de su cartera.

Cuando las circunstancias parecían imponer la estrategia propia del cirujano con un fino bisturí, la administración Peña Nieto y el PRI optaron por un fajador que sabe de trompadas, pero que se mete a una arena que desconoce y aun más, en la que ya ha sido humillado, en el caso concreto del manejo del conflicto magisterial. Ese fajador es Luis Miranda, ex secretario de Desarrollo Social, un peñista puro y nuevo responsable del PRI chiapaneco.

Dos gobiernos sucesivos avalados por el PRD en 2000 y 2006 (con Pablo Salazar y Juan Sabines), y uno más cedido al PVEM en la persona del citado Velasco Coello, parecen ser suficientes para documentar la incompetencia del PRI en el manejo del acertijo chiapaneco.

Más allá de las muestras de simpatía personal entre Velasco y Peña Nieto, sería inútil buscar quién en la presente administración y en el PRI mismo desempeñó la tarea de influir sobre los procesos políticos del estado. De acuerdo con las evidencias disponibles, la encomienda la recibió parcialmente Luis Videgaray, el hombre más influyente del gabinete, que a vez la habría delegado en Albores Gleason, hijo del ex gobernador Roberto Albores Guillén (1998-2000).

Durante la actual administración, los verdaderos personajes de la política chiapaneca fueron cavando un foso que dividió desde el principio a los priístas de los del PVEM. Año con año, ese foso se fue haciendo más profundo, con agravios, heridas abiertas e intereses confrontados, políticos, económicos e incluso de nexos con mafias criminales, como las que se asientan en Comitán, muy cerca de la frontera, en el corredor mismo del trasiego de drogas. Y singularmente, cuna de dos de los principales antagonistas de esta historia: Albores Gleason y Eduardo Ramírez.

Este último, uno de los actores más cercanos al gobernador Velasco, es el líder del Verde en el estado y su coordinador parlamentario en el Congreso local, que por ser mayoría, le permitía ocupar la presidencia del mismo. Cargo al que renunció junto con un nutrido grupo de legisladores, en un alarde imposible de imaginar si no contara con un aval tácito del palacio de gobierno de Tuxtla Gutiérrez.

El gobernador Velasco parece haber enviado durante meses la señal de que Albores Gleason podía resultar el mejor calificado en las encuestas, pero que para los grupos consolidados durante el último lustro era un aspirante intransitable. Para el PRI es el mismo caso con Eduardo Ramírez. El problema se agudizó porque nadie mostró la voluntad política para buscar un tercero en discordia, salvo los afanes del senador Luis Armando Melgar para colocarse en tal condición, pese a que su único capital ha sido siempre su alto cargo en Televisión Azteca.

La trampa ahora parece haber quedado sellada. El registro ayer de Albores Gleason como precandidato acerca la posibilidad de que PRI y Verde rompan la alianza y marchen cada uno por su lado. Si se tiene en cuenta que la administración Velasco prohijó dos partidos locales con penetración indudable, existe la posibilidad de que el Institucional caiga en la entidad a un cuarto o incluso quinto lugar.

No es extraño que en la medida en que estos escenarios se fueron enconando haya surgido como virtual candidato de Morena a la gubernatura la figura de Rutilio Escandón, quien pese a tal condición se ha conservado en la presidencia del Tribunal Superior de Justicia y por ello, como personaje cercano al Palacio de Gobierno estatal.

APUNTES: El priísmo poblano está en hervor. Jorge Stefan Chidiac, diputado federal y dirigente local del Institucional, asume tener en la bolsa la postulación a la gubernatura, haciendo alarde del presunto apoyo del abanderado presidencial del tricolor, José Antonio Meade. El hasta ahora aspirante mejor calificado en encuestas, Enrique Doger, se conformaría bajo este modelo con buscar la alcaldía de Puebla, que ya encabezó alguna vez (2005-2008). Se ve venir la rebelión de Doger y una crisis que hará perder al PRI competitividad. Pero hay quien piensa que los designios superiores son esos, justamente.

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