La mayoría de los dirigentes del mundo están terminando de detallar los planes de reactivación económica de sus países. El objetivo es sortear, lo mejor posible, la profunda crisis generada por el confinamiento mundial. Estos planes no son importantes únicamente por su impacto inmediato en materia de empleo, ahorro e inversión, también son fundamentales para definir qué clase de mundo tendremos el día de mañana: un mundo verde o un mundo contaminante.

Las tres principales economías del mundo –que son también los tres principales emisores de gases de efecto invernadero– han esbozado tres planes de reactivación económica muy distintos entre sí: cada uno representa una visión diferente del mundo y del futuro. La Unión Europea representa la visión de un futuro con cero emisiones. China representa la visión de un mundo ambivalente, donde se invierte en un futuro verde pero se sigue apostando por el pasado fósil. Y, por último, la visión del Estados Unidos de Trump, donde la negación del Cambio Climático rige una política pública que en nada privilegia el cuidado del planeta.
Dentro de estas tres visiones, plasmadas en los tres planes de reactivación económica más poderosos del mundo, está preconfigurado nuestro futuro cercano. Ante nuestros ojos se está desplegando con claridad lo que nos tocará vivir en los próximas diez años. Es indudable que, salvo rarísimas excepciones como México, una cantidad de recursos serán invertidos para reducir el terrible sufrimiento de la gente: la forma en que este dinero será invertido puede ser la clave entre evitar la catástrofe del Cambio Climático o precipitarnos en ella.

Hace unos días la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció una serie de medidas económicas destinadas a solventar el descalabro producido por el confinamiento: 800 mil millones de dólares que serán aprovechados para acelerar la transición energética; la meta es que para el año 2050 la Unión Europea sea una zona libre de emisiones.

Para ello, la enorme cantidad de dinero, destinado a la recuperación de los 27 países, será invertido en energías renovables, en reconvertir edificios antiguos en espacios energéticamente eficientes, y en impulsar nuevas fuentes de energía limpia como el hidrógeno. La meta del ejecutivo europeo es matar dos pájaros de un tiro: salir de la crisis y eliminar las fuentes de contaminación. Esto no solo es bueno para el planeta, también para la sostenibilidad económica: de acuerdo a un reciente reporte de McKinsey & Co., una recuperación baja en carbono es capaz de crear sustancialmente más empleos que una recuperación alta en carbono.

Ante el reciente anunció de que la Conferencia de Glasgow será pospuesta y ahora se celebrará hasta noviembre de 2021, el plan de la Unión Europea se ha convertido en el mayor –y más importante– impulso a la lucha contra el Cambio Climático. A la luz de esta apuesta, contrastan los planes esbozados por China y Estados Unidos.

Por un lado, China –con un monto similar al de la Unión Europea– no ha sido muy clara en su forma de inyectar el recurso, pero sí ha dejado entender que permitirá la construcción de nuevas plantas de carbón y que relajará la medidas ambientales para fomentar la recuperación económica. Sin embargo, China ha defendido el Acuerdo de París y, por lo menos hasta ahora, ha mostrado un compromiso serio en la lucha contra el Cambio Climático.

Por otro lado, Estados Unidos bajo el mando de Donald J. Trump, ha aprovechado la pandemia para profundizar la desregulación ambiental y reafirmar la salida de su país del Acuerdo de París. A reserva de que haya un relevo en la Casa Blanca en las próximas elecciones, todo apunta a que la recuperación de Estados Unidos no será, ni mucho menos, un paradigma de sostenibilidad.

Europa, China y Estados Unidos. Tres potencias con tres caminos diferentes. ¿Cuál tomaremos nosotros? Ya sabemos cuál quiere tomar nuestro presidente, pero ¿cuál es el mejor para nuestros hijos, para nuestro futuro, para México?

Diputado federal del PAN

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