La vida me ha dado la fortuna de conocer a personas muy valiosas: hombres y mujeres de inteligencia y talento que han transformado a la sociedad en que se formaron, dejando un recuerdo magnífico de sus obras.
Armando Birlain Schaffler era un niño de ocho años que vivía en Cuernavaca. Aprovechaba las vacaciones de verano para preparar sorbetes de hielo impregnados de jarabes de sabor que servía en conos de papel; utilizaba una cuchara de metal con mango de madera. De esa forma se hacía de un ingreso necesario para vestir bien o comprar útiles escolares. También ayudaba a su padre al salir de la escuela, en la venta de flores adquiridas en los invernaderos de esa ciudad de clima delicioso.
Don Armando fue un empresario cuyos negocios tuvieron éxito. Se dedicó de manera especial a las artes gráficas y su aplicación en la industria: tuvo fábricas para imprimir cajas de cartón en diversas ciudades y países. Compró la prensa de Juan Pablos, el primer impresor de América, que se convirtió en pieza fundamental de un museo.
Al morir, sus hijos colocaron en la urna de cenizas aquella cuchara con mango de madera que él había conservado a lo largo de la vida, era el testigo fiel de sus inicios como negociante.
Roberto Ruiz Obregón nació en 1904 en una casa modesta de una pequeña población. Cuando era niño quedó huérfano de madre y a sus seis años, la región en que vivía sufrió el estallido de la Revolución Mexicana. Su espíritu tenaz se manifestó a temprana edad y cuando cursaba la primaria dedicaba sus tardes a trabajar con una máquina de embotellar refrescos que se accionaba con pedales. El muchachito imprimía todo su vigor a esa acción que le permitió ganarse el pan, para más adelante crear empresas de diversos rubros.
Su compromiso social le llevó a cambiar la vida de la comunidad a la que perteneció, ya que fundó instituciones tan diversas como los Bomberos Voluntarios, el Club de Industriales de Querétaro o El Tecnológico de Monterrey Campus Querétaro. De él aprendí muchos conceptos empresariales. Su legado abrió puertas a miles de personas que lograron estudiar y tener oportunidades para el desarrollo.
Creo en el valor del trabajo como elemento fundamental para la madurez, el aprendizaje y el valor humano. Un niño puede trabajar desde muy temprano: puede llevar su ropa a la lavadora aunque no encienda la máquina, tender su cama, arreglar su habitación y participar en las tareas de la casa, que no son sino habilidades para la vida: desde regar las plantas hasta preparar la ensalada. También puede obtener un ingreso extra trabajando en el negocio familiar, emprendiendo pequeños proyectos y vendiendo productos creados por sus manos, como galletas o tejidos. La noción de que los niños deben dedicarse sólo a estudiar y hacer deporte, sin contribuir al bienestar familiar, los priva del placer inmenso de ver su esfuerzo convertido en ganancias, y de gastar su propio dinero, ahorrar o colaborar en un proyecto comunitario. Un niño ocioso, al que todo se le da en la mano, con demasiado tiempo libre, se creerá merecedor de lo que tiene y pedirá más, podría convertirse en un adulto egoísta y no comprenderá el valor del dinero.
Pablo Neruda publicó el poema “A mis obligaciones” cuya primera estrofa dice: “Cumpliendo con mi oficio / piedra con piedra, pluma a pluma, / pasa el invierno y deja /sitios abandonados, / habitaciones muertas: / yo trabajo y trabajo, / debo substituir / tantos olvidos, / llenar de pan las tinieblas, /fundar otra vez la esperanza”.
Los padres de familia deseamos lo mejor para los hijos. A veces nos excedemos en mimos y les llenamos de regalos. Así, no podrán apreciar el verdadero sentido de la vida, la importancia del dinero y la calidad humana de sus prójimos, los que dedican sus horas a procurarles salud, como el caso de los médicos; educación, como los profesores; o brindarles servicios domésticos.
Antonio Machado, nacido en Sevilla en 1875, dejó en su poema “Retrato”, estos versos: “Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre yla mansión que habito, /el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.
Nunca mejor dicho.