México se conoce como una tierra de volcanes, en efecto, existen más de 2,000 volcanes en el territorio nacional, sin embargo, la mayoría de ellos se encuentran apagados o extintos, mientras que tan solo un poco más de una docena están activos y, de ellos, sólo dos se encuentran en erupción.

En el centro de México se concentra la mayor parte del vulcanismo formando una franja irregular que va desde Veracruz hasta la costa del Pacífico, la cual se conoce como Cinturón Volcánico Mexicano. El paisaje que vemos en esta zona está compuesto esencialmente por volcanes, aún cuando no siempre observamos la forma cónica que los caracteriza, ya que en muchos casos los volcanes ya han sido erosionados a través del tiempo por el agua y el viento, o fueron originados a través de fisuras del terreno y por lo tanto no son visibles, o bien porque forman cráteres de gran tamaño de varias decenas de kilómetros que no permiten distinguirlos con claridad.

En estos momentos, existen en México dos volcanes en erupción: el Popocatépetl y el volcán de fuego de Colima. El Popo, también conocido localmente como Don Goyo, es un coloso con una larga historia eruptiva que se caracteriza por tener largos periodos de reposo entre erupciones, pero que se reactivó a partir de 1994 y hasta la fecha mantiene una actividad fumarólica muy activa, con eventuales erupciones asociadas al crecimiento y destrucción de un domo o lava muy densa, que es emitida en el interior del cráter, con una frecuencia promedio de tres veces al año. Esa constante actividad fumarólica es importante porque permite desgasificar el conducto y liberar la presión de su interior, lo que a su vez sirve para inhibir el desarrollo de erupciones de mayor explosividad. Se espera que dicha actividad permanezca así por varios años pero con la naturaleza no hay palabra de honor.

Por su parte, el volcán de Colima se percibe como el volcán más activo del país, con actividad intermitente desde la década de los 70 pero con eventos explosivos importantes que han amenazado en varias ocasiones a las poblaciones circundantes. Este volcán sigue un patrón repetitivo de formación de un domo en el cráter que crece y se destruye periódicamente provocando explosiones, que originan columnas eruptivas de varios kilómetros de altura. Se ha estimado que el volcán de Colima produce grandes explosiones en ciclos de aproximadamente 100 años, siendo el último de ellos en 1912, pero nuevamente se debe recordar que la naturaleza no es predictiva y aún con los avances tecnológicos actuales no se sabe con certeza cuándo ocurrirá una nueva gran erupción y cuál será su naturaleza.

Aun cuando en ambos casos no se puede predecir cuándo y cómo será la siguiente gran erupción, especialmente en periodos de tiempo de meses o años, los sistemas de monitoreo instalados en cada volcán, que funcionan las 24 horas del día, permiten tomar el pulso de su estado actual y, con esta información y la derivada de las investigaciones sobre el comportamiento eruptivo que dichos volcanes han tenido en el pasado geológico e histórico, permitirán prever escenarios de riesgo más precisos, mismos que deberán ser comunicados a la población amenazada en las cercanías del volcán a través de las autoridades de protección civil correspondientes.

Es importante tomar en cuenta que los peligros volcánicos más importantes que se esperan de esos volcanes no son la caída de ceniza ni los flujos de lava, que son los fenómenos más conocidos asociados a la actividad volcánica en general, sino los asociados a grandes nubes de ceniza incandescentes que son movidas por importantes cantidades de gases volcánicos y que son conocidos como flujos piroclásticos, así como también a voluminosos flujos de lodo que tienen una consistencia similar a las coladas que se usan para preparar cemento.

Estos eventos se pueden generar a partir del colapso de grandes columnas eruptivas. El material suelto que se genera puede posteriormente ser removido durante la ocurrencia de lluvias torrenciales canalizándose pendiente abajo por las barrancas ubicadas en los flancos de los edificios volcánicos, lo que permite transportar grandes volúmenes de materiales rocosos alcanzando grandes distancias a partir del cráter, lo que los convierte en los eventos volcánicos más peligros.

No hay duda que estos volcanes harán erupción tarde o temprano en el futuro, ya la naturaleza se encargará de definir si seremos testigos de esa actividad o lo serán las generaciones futuras.

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