Después de la elección del 1 de julio han seguido días que anuncian abrazos, realineamientos y polémicas. Después del civilizado reconocimiento de la derrota por parte de Meade y Anaya, vino el mensaje de un ganador que convocó a la reconciliación. Llegó el júbilo popular de una victoria largamente esperada. ¿Qué significa que casi todos quieren estar con el nuevo presidente?
El mapa que dejaron las urnas generó una nueva geografía del voto concurrente, de donde sale un partido muy fuerte que dominará el escenario y un debilitamiento de los perdedores en diferentes grados. Fue de tal magnitud la victoria de Morena que obligará a una reestructuración del sistema de partidos. A reserva de tener la asignación de los plurinominales, se prevé que Morena y su coalición se queden con 54% del Senado y el 60% de la Cámara de Diputados. AMLO tendrá que negociar cualquier reforma constitucional. Los cómputos distritales dejan la marca de la avalancha del 1 de julio: el ganador superó los 30 millones de votos con 53.1% y, en términos absolutos, prácticamente dobló los votos que obtuvo él mismo en 2006 y en 2012. Por su parte, Meade y el PRI quedaron por debajo de 2006, con sólo 16.4%. Es la derrota más desastrosa que ha tenido el tricolor. Para el panismo también fue una debacle: Anaya obtuvo 22.2%, con lo cual se quedó por debajo de su nivel de 2012. Dos partidos pierden el registro, el PES y Nueva Alianza. Ante la avalancha los partidos derrotados ya iniciaron el reparto de culpas y la liturgia de la derrota.
Sin perder un día, AMLO fue a Palacio Nacional para fijar los términos de una transición ordenada de gobierno. El martes 3 se entrevistó con Peña Nieto en un acto con buenas maneras entre dos actores que han sido adversarios desde 2012. Se anuncian cambios importantes, pero es necesario establecer un acuerdo mínimo para que el periodo que va de julio a noviembre no vaya a tener trampas indeseables. El actual gobierno tiene que mantener la maquinaria burocrática en operación, pero ya no puede tomar decisiones importantes, pues hay otro gobierno en formación.
Una parte sorprendente del operativo de casi todos con el nuevo presidente lo protagonizaron los grupos empresariales, con los que AMLO se entrevistó el miércoles 4. Sus antagonistas ofrecen colaboración, aceptan participar en el programa de capacitación para 2.6 millones de jóvenes que el nuevo gobierno propone para atender a jóvenes que no estudian ni trabajan. A marchas forzadas, los que antes amenazaron con dejar de invertir e intentaron inducir el voto de sus empleados ahora graban un spot de apoyo pleno al próximo presidente del país. ¿Reacomodo, interés, hipocresía, inercia del poder, necesidad de conjurar el riesgo? Sin duda, la fuerza de los votos, una cultura presidencialista, sumada al sentido de oportunidad, y una dosis de oportunismo, dibujan a los (antes) adversarios de AMLO, que hoy no quieren quedar fuera.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Ya empezaron las exigencias. Se iniciaron las críticas al primer gobierno de izquierda en décadas, quizá desde Lázaro Cárdenas. El zapatismo ya dijo que AMLO decepcionará porque sólo cambió “el capataz”, pero todo seguirá igual. También se inició la demanda de un grupo de organizaciones sociales para tener una fiscalía autónoma que AMLO no quiere.
¿Cuánto durará el momento de casi todos con el presidente? Las promesas de campaña anuncian escenarios de lucha que vendrán con el recorte de privilegios, las afectaciones por el combate a la corrupción y la pacificación del país. El futuro inmediato conserva las “aspiraciones” de un cambio, pero también “anticipa” que los cambios serán muy complicados...