Transitamos por un momento histórico turbulento. Asesinatos de periodistas, defensores de derechos humanos, mujeres y niñas. Actos deleznables marcados por la impunidad y la injusticia. Sabemos por experiencia que cuando un crimen no se castiga, continúa repitiéndose. Sin embargo, seguimos construyendo la historia a base de víctimas y violencia.

Continuamos replicando prácticas que impiden imaginar un futuro más humano. Quizá, el problema es que no tenemos futuro como sociedad porque somos incapaces de pensarlo de manera diferente. No tenemos la capacidad para modificar las cosas porque seguimos fieles a las estrategias que nos llevaron al desastre, a la catástrofe. En eso, no hemos cambiado nada.

La permanencia de la misma lógica continúa atravesando nuestras prácticas. Gobiernos van y vienen, pero hay algo que perdura, la naturalidad con la que el progreso sacrifica lo que sea por progresar, por alcanzar el siguiente momento. El problema es que esta dinámica, al final, solo conduce a la devastación.

Hoy, se erige ante nuestra azorada mirada un progreso asociado a la destrucción manifiesta en el cambio climático, el calentamiento global, la desigualdad radical y el extermino de los seres humanos. De pronto, la ideología del progreso asoció con toda naturalidad la violencia y la catástrofe a nuestras vidas. Convertir el asesinato y el sufrimiento de las personas en una estadística es una acción reiterada todos los días.

Los crímenes contra periodistas siguen repitiéndose cada momento. México figura entre uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, según lo indica el Observatorio de Periodistas Asesinados de la UNESCO.

Actualmente, los periodistas que mayor riesgo corren son quienes cubren temas relacionados con la corrupción de los gobiernos y el crimen organizado.

Suponiendo sin conceder que estas aberraciones dejaron de ser crímenes de Estado, como asegura el presidente Andrés Manuel López Obrador, las acciones emprendidas por el actual gobierno continúan siendo tibias. Desde su creación en 2012, la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), solamente consiguió cuatro sentencias condenatorias de 803, lo que significa que el 99.5 por ciento de los asesinatos permaneció impune hasta 2020. En reciente reunión funcionarios federales aceptaron que el porcentaje en este sexenio se mantiene por encima del 90 por ciento.

Asistimos al tiempo del progreso, a un tiempo sin futuro para la justicia. Aún está pendiente la realización de un tiempo de ruptura con esta concepción del progreso lineal, continuo, de éxitos y desarrollo siempre constante que excluye a las víctimas, a los vencidos de la historia. No existirá una concepción alternativa al tiempo si no colocamos en el centro a las víctimas del progreso.

Mientras los asesinatos de Margarito Martínez y Lourdes Maldonado no sean esclarecidos (y los perpetradores castigados) y permanezcan impunes como el resto de los crímenes fraguados contra periodistas durante décadas en nuestro país, la prometida transformación del actual gobierno habrá fracasado.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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