En los largos años de predominio del Partido de la Revolución Institucionalizada —días de urnas embarazadas, ratones locos y operaciones tamal—, no existió la incertidumbre democrática, todos sabíamos de antemano quién ganaría las elecciones.

Aunque no se han desterrado del todo, esos viejos usos han ido desapareciendo. No obstante sus tropiezos, la creación de un instituto electoral autónomo y de un tribunal electoral, última instancia para dirimir las controversias en la materia, han dotado de legitimidad a las autoridades surgidas del voto.

El próximo 20 de abril el presidente del Tribunal Electoral, Alejandro Luna Ramos, dejará su cargo y no obstante que, por su naturaleza, las decisiones de todo órgano jurisdiccional siempre son controversiales (sus fallos difícilmente dejan satisfechos a los actores afectados), en el balance quedan: 1) sentencias trascedentes en distintas materias, señaladamente, en paridad de género, cuyas resoluciones se convirtieron en fuente para la reforma legislativa que garantiza igualdad en el reparto de las candidaturas entre hombres y mujeres (lo que puso fin a las Juanitas), y también, en la impartición de justicia para las comunidades indígenas, no sólo con sentencias progresistas, sino con un protocolo para atender estos casos; 2) justicia expedita: se dice que justicia que es lenta no es justicia y al Tribunal le toma once días en promedio resolver las controversias; y 3) proyección internacional, justo cuando lo que domina la imagen de México es la decepción, el TEPJF tiene un reconocimiento entre la comunidad electoral internacional.

En los próximos días el Senado de la República deberá elegir de entre Javier Aguayo Silva, Enrique Aguirre Saldívar y Julio César Cruz Ricardo, a quien ocupe la vacante en la Sala Superior del Tribunal Electoral. Una vez completo, el pleno deberá elegir de entre ellos al nuevo presidente. Difícil tarea la que corresponde a quien asuma esta responsabilidad. En pleno proceso electoral, los magistrados electorales deberán tener en cuenta algunos ingredientes exigibles a quien elijan para encabezarlos, entre otros:

1) La trayectoria: no hay nada que supla una carrera impecable en el difícil arte de juzgar. Es previsible un escrutinio de la carrera de quien ocupe el cargo y, si tiene cola, se la pisarán, lo que lastimará a la institución.

2) Buen juicio: la sociedad y los partidos esperan de quien encabece al máximo tribunal en materia electoral, sensatez y sabiduría; hoy que las sesiones son públicas y pueden seguirse en el canal del TEPJF, los magistrados resuelven en una caja de cristal.

3) Discreción: no ayuda al Tribunal una conducción protagónica. Luis Spota puso en voz de uno de sus protagonistas una certera frase: “Muchas veces me he arrepentido de hablar, nunca de haberme quedado callado”. El Tribunal habla con sus sentencias.

4) Liderazgo y probada capacidad administrativa: quien asuma la Presidencia debe contar con el respeto de sus pares. No menos importante, el liderazgo debe acompañarse de capacidad para conducir tanto las sesiones del pleno como a la institución en su conjunto, que no es cualquier cosa: una Sala Superior, cinco salas regionales y una sala especializada.

La pelota está en la cancha del Tribunal. No sólo a partidos y candidatos, sino a todos los ciudadanos nos importa que, en este caso, el buen juez por su casa empiece, que el Tribunal salga fortalecido de este proceso.

Sin remedio. El nuevo escándalo protagonizado por David Korenfeld —al igual que la irritación social por el reloj de más de tres millones de pesos que ostenta Ernesto Nemer, subsecretario de Desarrollo Social—, se suma a muchas otras denuncias, como los contratos y concesiones a un puñado de empresarios amigos y exhiben a una clase gobernante frívola e insensible. La protección a Korenfeld sólo nos diría que quienes ostentan el poder no tienen remedio.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

Google News