El pasado 12 de marzo, casi para cerrar su show matutino de propaganda, el presidente dio el banderazo de salida a la sucesión presidencial, anticipando prematuramente los tiempos electorales al señalar que ya hay relevo generacional. En el ambiente social surgieron algunas ideas sobre los motivos de abrir el tema, su supuesto retiro y el perfil de su sucesor.

Sobre las razones de hablar inoportunamente sobre la sucesión, queda la certeza de que este no es un tema de actualidad ni de interés nacional; pero sí una necesidad suya –de cara a las elecciones- de generar uno más de sus distractores para manipular la opinión pública y evadir el costo político de haber impuesto como candidato a gobernador de Guerrero a su impresentable amigo Félix Salgado Macedonio; para proteger a las feministas orgánicas de la 4T de la censura social por apoyar a Macedonio; para evitar que las mujeres que se oponen a que un violador sea gobernador le sigan restando popularidad al presidente; para evitar el reclamo social por el mal manejo sanitario y económico de la pandemia, lo que –de no pararse- podría influir en que su partido pierda el control de la Cámara de Diputados.

Sobre su retiro, este se hizo ver como una de sus más de 46 mil mentiras documentadas. Nunca se retirará de la política y, aunque sí pasará un tiempo en Palenque, tendrá todos los pretextos para buscar que su proyecto personal sea transexenal y no sufra desviaciones, con lo cual estaremos frente a una nueva versión del Maximato callista: la imposición y la manipulación cínica de los gobiernos sucesores. Todo el mundo sabrá que “en Palacio vive el presidente, pero el que gobierna vive en Palenque”.

Como adicto al poder seguirá llamando a sus leales para instruirlos sobre lo que deben hacer; enviando mensajes a sus adversarios; y moviendo a sus adeptos a su gusto y conveniencia.

Sobre el perfil de sus candidatos, queda en claro que cuando habla de que ya hay relevo generacional quiere decir que cuenta con el prototipo del “florero perfecto” entre sus cercanos: el subordinado fiel que calla y obedece, sin poner en duda ni cuestionar sus decisiones; carente de ideas, aspiraciones o iniciativas propias; sin sed o hambre de poder; eficaz para atender los deseos de su jefe; callado al disentir, humilde al obedecer, pronto a elogiar; firme al castigar a los oponentes o disidentes; ciego a los errores del amo; complaciente en todo; y, especialmente, capaz de cuidarle la espalda y no exigirle responsabilidades políticas, administrativas, civiles o penales, por haber dividido al país, causado la muerte de aquellos que no debieron morir por Covid; por la impunidad con que operó la delincuencia organizada en su gobierno; por sus costosísimos caprichos a la hacienda pública; y por la crisis económica en la que sumió al país a causa de su anquilosada ideología.

López Obrador, como Plutarco Elías Calles, buscará imponer a presidentes floreros: Emilios Portes Gil, Pascuales Ortiz Rubio o Abelardos L. Rodríguez. Pero podría existir la posibilidad de que se le cuele entre sus filas un Lázaro Cárdenas del Río que rivalice y acabe abruptamente su fantasía autoritaria.

Tal vez también sueñe con emblematizar a Tabasco, como Zapata a Morelos; Calles a Sonora; o Villa a Chihuahua. Tal vez también sueñe con ponerle sus apellidos: Tabasco de López Obrador; y poner su efigie en la entrada de su hacienda. Así son los sueños y las ansias de poder.

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