Era aún de noche cuando llegó una brigada y los vecinos, muchos papás de mis amigos, se reunieron en mi casa, les dieron herramientas y se subieron al cerro, comenzaron a cincelar la roca, esta tenía como tres metros de ancho y muchos kilos, había destrozado nuestra recámara y si no la fragmentaba, caería sobre el resto de la casa, la cual era lo único que teníamos.

Los pisos, las jardineras, las banquetas, todo era lodo y piedras, nosotras esperábamos con impaciencia y angustia en la casa de una vecina, se escuchaban a los vecinos murmurando, las mujeres dejaron de hacer sus tareas, los niños no fuimos a la escuela, pues la misma desapareció, la enterraron las montañas de gravilla por donde nos deslizábamos con las fibras de vidrio.

Con el paso de las horas llegaron muchos camiones del Ejército Mexicano, ahora  nos pedían que evacuáramos la zona, tendríamos que recoger lo más esencial, como documentos y ropa, nosotras ya no teníamos nada, sólo lo que nos había dado el ejército para vestir.

Había una presa a unos kilómetros de la colonia, la misma se había llenado tanto que estaba a punto de desbordarse, las dos colonias, Bolaños y Rancho San Antonio, desaparecerían en minutos con la mínima llovizna.

Es curioso cómo  todo puede desvanecerse en un instante, nos quedamos sin casa y sin padre, los niños hacían castillos y túneles en el lodo, chapoteaban felices en los charcos, para nosotros no había más diversión, no queríamos quedarnos sin casa.

Nos habíamos reunido en el estacionamiento y  mis amigos deseaban ir a la presa, caminar entre los charcos de agua que parecían tan apetecibles, pero mi  hermana y yo nos quedamos mudas, habíamos visto lo que el agua había hecho en nuestra casa y pareciera que viviendo ese episodio nos quedamos sin ganas de jugar, por arte de magia, ambas habíamos madurado. Regresamos a casa a estar con nuestra madre.

Pudieron fragmentar la piedra y entre todos, y haciendo cadenas humanas, tardaron dos días en sacarla de la casa, pedazo por pedazo, nosotras festejábamos; sin embargo, todos comenzamos a palidecer cuando comenzaron a caer pequeñas gotas sobre nuestras cabezas.

Se escuchó un ruido lejano, como si un viento se acercara despacio, un soldado decía algo por el altavoz, todos subían a lo más alto de ambas colonias, las cuales se establecieron sobre una cañada, mi casa estaba en lo alto por eso había caído la piedra pero sin la suficiente fuerza para tirarla.

El sonido provenía de un río embravecido, llenaba totalmente el canal y las casas que estaban cerca de él fueron arrasadas, las compuertas se habían abierto, no en su totalidad para desahogar la presa.

No había nada que no se llevara la corriente, así se mantuvo por horas pero estábamos fuera de peligro.

A la distancia no encuentro información de qué pasó después, quién arregló la casa, si mi madre obtuvo una ayuda del gobierno o como siempre ella lo resolvió por su cuenta, también le pregunté por mensaje acerca del tema y me dejo en “ visto”, le llamé y rechazó varias veces mi llamada, quizás como para ella  fue algo que no fue muy grato.

Para mí fue un ejemplo de vida, de cómo la vida puede llevarse todo lo que amas y cómo después… como el agua, todo vuelve a su cauce.

*Artista visual, escritora y terapeuta

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