Valerio Magrelli, uno de los mayores escritores italianos, dice lo que muchos sentimos: “Por la tarde, cuando hay poca luz, / oculto dentro de la cama, / capturo la silueta de las reflexiones / que fluyen sobre el silencio de las extremidades. // Es aquí donde debo tejer / el tapiz del pensamiento / y colocar los hilos de mí mismo / dibujar conmigo mi figura. // Esto no es un trabajo / sino una confección. / Primero del papel, / después del cuerpo. / Suscitar la forma del pensamiento, / moldearla según una medida. / Pienso en un sastre / que es su propia tela”.
La vida como un textil, las ideas como hebras de colores, la aguja como el dolor punzante que atraviesa el lienzo para bordar una imagen, son metáforas constantes en la literatura. Dice Irene Vallejo, la joven filóloga española: “Desde tiempos remotos, las mujeres han contado historias, han cantado romances y enhebrado versos al amor de la hoguera. Mi madre desplegó ante mí el universo de las historias susurradas. Y no por casualidad, a lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres han sido las encargadas de desovillar, en la noche, la memoria de los cuentos; las tejedoras de relatos y retales”.
Pocas personas tan felices como los artesanos; quienes aprenden un oficio desde pequeños y heredan los secretos de sus mayores, quienes pintan vasijas de barro o someten la cerámica al calor del horno, quienes crean un pueblo miniatura a partir de un trozo de madera o producen con sus manos un tapiz, sienten, por unos minutos, la felicidad que significa convertir la materia prima en belleza.
Saben, en el corazón, que mañana se repetirá el milagro. Entonces, vuelven a reír, con una frase de gratitud entre los labios.
Al crear el tapiz de nuestra propia vida, nos esmeramos en elegir los colores más brillantes para bordar las imágenes que mostraremos al mundo. En el anverso, queremos mostrar flores, frutos, ramas largas y verdes, el vuelo de las aves, el horizonte dorado. Si hay figuras humanas, son esbeltas y visten con elegancia. Hay quienes logran verdaderas obras de arte al engalanar su persona, refinar sus modales, elegir el vocabulario adecuado y modular la voz ante los demás. Algunos destilan perfume al caminar. Al verlos, pareciera que esa fragancia proviniera de los hilos de su tejido vital, no de un frasco.
El reverso tiene nudos imposibles de quitar, porque unen épocas de conflicto con otras de calma. Los colores que no se muestran al mundo son oscuros, tienden puentes entre las partes del tejido. Su tacto es áspero: está lleno de cicatrices. Si somos sastres de nuestra vida, también tejemos nuestro propio gobelino. Al crearlo, escondemos los hilos de la amargura. Al frente, sólo aparece el dulce de la miel.
Esmeralda Cervantes, nacida en Guadalajara, México, ha publicado poesía desde 2014. Tiene dos estrofas que dicen: “Abrir las jaulas nos deslumbra lo roto / doblar las esquinas mordidas de las tardes / nos recuerda cómo se asfixia la voz / cuando queremos elevar / aquellas alas temerosas / entre el hierro y una puerta abierta. // En la noche se pronuncia una espiga / ardiente / una hebra de azúcar en la lengua / le cose un par de alas a la luna”.
Un reto por demás complejo: coser las alas de la luna con la hebra del lenguaje, con el azúcar de la lengua.