Cuando el ser humano se enamora, cuando su mente cae en el hechizo provocado por la acción de poderosas endorfinas, el corazón acelera su ritmo y bombea con fuerza su sangre a todo el cuerpo, sangre de color claro en las arterias y más oscura en las venas, cuando vuelve de su periplo. Hombres y mujeres podemos amar y vivir gracias a sus nutrientes, pensamos gracias a su oxígeno.

Los amantes que en el mundo han sido definen sus sentimientos con metáforas del color de la sangre para describir la emoción del roce de la piel. La pasión es roja. En el encuentro de los cuerpos se siente el éxtasis que lleva a hombres y mujeres a la felicidad: esos breves minutos que pueden permanecer por décadas dando sentido a la vida, y que al ser convertidos en palabras o transformados en música podrán seguir vigentes por siglos.

Hoy quiero recordar una leyenda, para seguir la sugerencia que me hizo la poeta Lilvia Soto, mi maestra de vida: la historia del violín Stradivarius pintado por el mismo laudero con la sangre de su mujer, quien murió en sus brazos. Cuentan los rumores que antes de llamar a sus familiares, al cura y al enterrador, este genio de la construcción de violines recogió en una vasija el líquido vital de su amada, lo mezcló con ingredientes del barniz y creó así el instrumento más perfecto de la historia.

En 1998, François Girard filmó la película canadiense El violín rojo, con

la suprema actuación de Samuel L.

Jackson. Obtuvo un premio Oscar, por la mejor música original: la banda sonora es de John Corigliano, uno de los mejores compositores de Estados Unidos. La trama ficticia es así: en la ciudad de Cremona, en pleno Renacimiento, el maestro Niccolo Bussotti construye un violín al que tiñe de rojo con la sangre de su mujer. Esta pieza maestra de laudería será la última que haga en su vida. El instrumento pasará de mano en mano a través de los siglos, cumpliendo la profecía de una pitonisa. La cinta fue rodada en tres continentes y hablada en cinco idiomas: italiano, alemán, francés, mandarín e inglés. Culmina en una subasta millonaria.

Sabemos que el argumento de esa película es una estupenda ficción. Hay, sin embargo, historias reales que parecen ficticias. Por ejemplo, lo que ocurrió al violinista Frank Almond en 2014 en las calles de Milwaukee. Este músico, al salir de un concierto, se dirigía a su automóvil. Era medianoche y el frío calaba los huesos. Sin ver a nadie a su alrededor, sintió de repente una descarga eléctrica que lo hizo desmayar. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que alguien le había arrebatado el violín Stradivarius que tocaba en la orquesta sinfónica. Era una obra maestra de la laudería, fabricado en 1715 y valuado en más de 5 millones de dólares estadounidenses. El instrumento pertenecía a una familia que lo había concedido en préstamo a la orquesta.

Como una trama paralela, el alcalde de Milwaukee en esa época, Tom Barrett, caminaba por la calle saludando a los vecinos, cuando un peluquero le ofreció un corte de cabello como regalo. El peluquero, que se hacía llamar Universal Allah, publicó en su cuenta de Facebook la foto del alcalde, sentado en la silla de su barbería. Para sorpresa de Barrett, cuando la policía resolvió el caso ese peluquero resultó ser uno de los cómplices del robo, y fue quien había comprado la pistola eléctrica con la que incapacitaron al violinista.

Mi marido y yo cenamos una vez en compañía de un Stradivarius. Es un violonchelo perteneciente al gran intérprete Carlos Prieto, miembro del Seminario de Cultura Mexicana. Al término de un concierto, varios amigos tuvimos la suerte de acompañar al músico y a su instrumento, llamado por él Chelo Prieto, colocado en una silla como otro comensal. Escuchamos anécdotas emocionantes sobre la vida de esta pieza de arte, que antes de llamarse Chelo era conocida como Piatti, y que ha sobrevivido a las guerras y las circunstancias más adversas.

Carlos Prieto escribe y lo hace con inteligencia. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y conoce el español a fondo. Su instrumento no fue pintado con sangre, pero como si lo fuera: la música que surge del frote de sus cuerdas contra el arco estimula mi corazón y los de muchos, provocando un estímulo en arterias y vasos capilares, para escuchar la vida como se disfruta un concierto.

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