A medida que vivimos, apreciamos la solidez cada vez más. Comparamos nuestros afectos con el estado sólido de los elementos que no fluyen como los líquidos ni se dispersan como el gas que llena los espacios vacíos.

Nos gusta pensar que la estructura de una institución no presenta grietas. Queremos que las amistades tengan la firmeza suficiente para carecer de fisuras. Sufrimos cuando el amor es tan inestable que tiene que sostenerse con alfileres o cuando caminamos hacia el otro sintiendo que en el suelo hay minas ocultas que pueden estallar si damos un paso en falso.

Hay palabras sólidas. Vienen de una cantera de piedra rosa, como los bloques que usaron los constructores en siglos pasados para edificar catedrales y palacios. Cuando el poeta toma en sus manos palabras sólidas y las pule, las pasa por la lija y el lienzo que usa para crear las facetas de sus prismas, las convierte en diamantes.

En los días de creación de esta columna, leí una antología de Darío Jaramillo presentada por Vicente Quirarte, quien escribió: “¿Para qué las palabras si es posible el silencio? Alguien que formula semejante declaración de fe tiene la obligación de afinar las palabras en el esmeril siempre renovado del mundo. Que den todo de sí para volver a su origen”. Esa afirmación de Quirarte me parece oro puro: quise compartirla con usted.

Darío Jaramillo es un escritor colombiano nacido en 1947. Sus críticos catalogan su obra como perteneciente a la “generación desencantada”. El poeta escribió:

“Eterna, la piedra es anterior a las pirámides, que son de piedra. Profundas, el piso del océano es de piedra. Bella, la piedra es bella como la piedra. Discreta, la piedra nunca contará nada. Díscola, lanzada por David, siempre buscará la cabeza de Goliat. Original, ninguna piedra se parece a otra piedra. Santas, en el infierno no hay piedras. Por eso el infierno está empedrado de buenas intenciones. Condenada, la piedra que peque se ata a un hombre escandaloso y se arroja al fondo del mar”.

Sobre Jaramillo, afirma Quirarte:

“La obtusa y permanente violencia humana no impedirá que las notas del poeta sigan sonando a través de los años. Me gusta imaginar estos poemas en su voz, con la limpia honestidad de su camisa de algodón blanco y disfrutando del lujo mayor de cada tarde cuando el crepúsculo entra a raudales por su ventana y tiñe de colores cambiantes las montañas frente a su departamento de Bogotá, donde da la bienvenida a la soledad para estar más intensamente con nosotros”.

Montaña, soledad y piedra son elementos repetitivos en los poemas de Jaramillo, como hilos conductores de sus 
emociones.

Para algunos pensadores, la solidez del alma está vinculada a las piedras. El uruguayo Rafael Courtoisie lo define en su poema “Estado sólido”, publicado en 1996, ganador del premio de la Fundación Loewe, donde afirma: “La soledad, esa piedra masculina que reposa en una habitación sin horas / como un planeta hermoso y advertido. / Una fruta de hierro”.

La idea de la piedra como metáfora de la vida me lleva a León Felipe, español que llegó a México por primera vez en 1923, invitado por Alfonso Reyes. Más tarde, vivió en Ithaca, Nueva York, donde fue profesor de Literatura Española en la Universidad Cornell, donde hoy trabaja mi hermana Flor. De ahí regresó el poeta a España. Durante la Guerra Civil regresó a México y se volvió mexicano: “Llegué a México —por primera vez— montado en la cola de la revolución. Corría el año de 1923. Después, aquí he vivido por muchos años: Aquí he gritado, he sufrido, he protestado, he blasfemado, me he llenado de asombro...”

El poema suyo que me ha acompañado a lo largo de los años dice: “Así es mi vida, / piedra, / como tú. / Como tú, / piedra pequeña; / como tú, / piedra ligera; / como tú, / canto que ruedas / por las calzadas / y por las veredas; / como tú, / guijarro humilde de las carreteras; / como tú, / que en días de tormenta / te hundes / en el cieno de la tierra / y luego centelleas / bajo los cascos / y bajo las ruedas”.

Google News