Mahsa Amini era linda, su mirada contenía fuerza y un poderoso mensaje liberador. Su pecado consistió en un acto de coquetería, de autodeterminación, al asumir las consecuencias de sus actos. Amini, de 22 años, vivía en Aychi, una región kurda de Irán. Decidió mostrar algunos mechones de cabello debajo del hiyab, el velo islámico. En compañía de su hermano, la policía de la moral la detuvo por desacato. Esto no ocurrió en la época medieval, sino el 16 de septiembre de 2022.

Dos horas después de la detención, en la comisaría, el hermano de Mahsa Amini escuchó gritos de otras mujeres detenidas: decían que habían matado a alguien. En seguida, llegó una ambulancia para recoger a la joven, en estado de coma. Arribó al hospital sin signos vitales.

Muchas chicas habían sido conducidas por la policía para recibir una “clase de educación”, un interrogatorio tan extremo que a Mahsa le provocó un ataque cardiaco. En los medios se habla de una paliza, método para dar lecciones a mujeres que no se colocan bien el velo.

A partir de esta muerte, la gota que derramó el vaso de la tolerancia, cientos de manifestantes han colmado las calles de Teherán gritando: “Mujer, vida y libertad”. En el funeral de Amini, decenas de mujeres se quitaron el velo y mostraron su cabello, conducta penada en Irán. La foto de la chica muerta se volvió el perfil de cientos de jóvenes en sus redes sociales. Otras grabaron en video el momento en que se cortaban los cabellos para compartir estas imágenes en Internet. Las manifestantes gritan: “Muerte al dictador”.

Najat El Hachmi, periodista musulmana, publicó en el periódico El País: “Lo terriblemente absurdo es que la moral de un país entero, un Estado, una sociedad, dependan de si un trozo de tela se desliza accidentalmente o no sobre la cabeza de una mujer, que el que escape un mechón, un solo pelo de la prisión ajustada al óvalo facial suponga una transgresión sancionada por ley”.

Eufrosina Cruz Mendoza nació en 1979. Es zapoteca, la etnia de Benito Juárez. Desde niña, se rebeló contra los usos y costumbres de su tierra. Con esfuerzos y sacrificio, estudió Contaduría Pública y una maestría en Ciencias Políticas. En el 2010 fue diputada local. Hoy es miembro del Congreso de la Unión. Su libro, Los sueños de la niña de la montaña, contiene reflexiones sobre las injusticias de las que ha sido testigo y protagonista. En la adolescencia, sufrió acoso de sus compañeros por no hablar español. Una de sus batallas es denunciar la venta de niñas en comunidades indígenas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Según afirma, tres de cada diez niñas se venden gracias a los usos y costumbres, en matrimonios forzados.

En los seres humanos, no debe haber excepciones. Hombres y mujeres nacemos con libertades intrínsecas. La injusticia no sólo ocurre al otro lado del mundo. A unos pasos de tu casa, una pareja determina que su niña no se casará, porque los cuidará a ellos cuando sean viejos. En muchos hogares de la clase media de México, a las hijas no se les apoya para estudiar en la universidad, porque el dinero familiar es para formar a los hombres.

Todos tenemos inteligencia, talento y capacidad. Sin excepción alguna.

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