Después de cinco años de pausa, el pasado jueves 18 de noviembre tuvo lugar la Cumbre de Líderes de América del Norte, encuentro signado por la unidad y el respeto. Joe Biden, presidente de Estados Unidos, recibió al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau y, al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador en la Casa Blanca.

Importantes gestos de reconocimiento hacia México se hicieron patentes. En la primera reunión presencial desde que Biden asumió la presidencia, declaró que veía a Estados Unidos y México como iguales. Sin duda, esta aseveración debe leerse en clave diplomática. No obstante, cuando se enuncian este tipo de afirmaciones en un contexto político convocado por una de las potencias más importantes del mundo, las palabras tienen una resonancia sin precedente.

Es innegable que la posición débil que México había tenido frente a sus vecinos del norte dio un giro hacia un lugar de respeto y reconocimiento. Dos aspectos prefiguran el centro de esta percepción en la actualidad. El primero, y muy digno, relacionado con el apoyo de amplios sectores de la población al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, resultado de un conjunto de políticas sociales y de la lucha contra la corrupción. El segundo, y más controvertido, se refiere al fuerte operativo de seguridad desplegado por la Guardia Nacional para contener la migración centroamericana hacia Estados Unidos.

Históricamente, México había actuado bajo la tutela del interés estadounidense. Una especie de reproducción de la época colonial que invadía la acción de los políticos. La Cumbre de Líderes de América del Norte dio un vuelco a esta situación. No porque el imperio tenga interés de impulsar a México como potencia, sino porque “el equilibrio de poder entre el gobierno mexicano y el gobierno de Estados Unidos ha cambiado debido a las circunstancias”, como afirma Duncan Wood, vicepresidente de estrategia del Wilson Center. Hoy, el gobierno federal de México “sabe que puede afectar a la administración de Biden, y sabe que la administración de Biden lo sabe”.

Esta coyuntura amplía el rango de movilidad política. No es casual que, desde hace varias semanas, Andrés Manuel López Obrador haya manifestado que el embargo estadounidense a Cuba constituya una “vileza”. Al mismo tiempo que lo critica del financiamiento a “publicaciones opositoras” al gobierno de México, señalando que se trata de una forma de “promoción del golpismo”.

Pese a que este espacio diplomático dejó poco lugar para la discusión de los reales problemas que entraña la relación del T-MEC –el nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos, Canadá y México–, Andrés Manuel López Obrador colocó en el centro de la Cumbre temas estratégicos para nuestro país: la dignidad y el respeto por la soberanía, cuyo guiño advierte sobre la postura del gobierno mexicano con relación a la reforma eléctrica. Y, el riesgo que corre Norteamérica si no discurre un camino de apertura a la migración frente al avasallante poderío de China.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

Google News