Hurgar en las entrañas de la sierra es, sin duda, una de las aventuras más enriquecedoras y sorpresivas que se pueden vivir.

La Sierra Gorda queretana es como un inmenso cáliz de néctares que nos inundan cuando recorremos las venas de sus aguas, que han atesorado construcciones llenas de humana divinidad que despliegan buscando el agua de lo espiritual y supremo elemento de la vida intangible de las cosas. Es fácil apasionarse entre sus secretos convertidos en obras que mueven la emoción y retan al talento.

La riqueza cultural en estos lares es incalculable y va desde la concepción prehispánica de la vida, hasta la muerte y resurrección del Cristo que redime los pecados del hombre.

Escenarios todos que aluden a los dioses indígenas y al Dios universal de un nuevo mundo con su  fe.

Pirámides y montañas o los caminos de Dios; las misiones forjadas en el misterio y brillo del profundo barroco… y la naturaleza que todo lo inunda y lo protege; son catálogo de  increíbles maravillas.

Por su ubicación poco accesible en los lejanos tiempos, resaltaron los edificios de la fe, resguardados por gracia de Dios y a pesar de la fuerza indígena que acabó, quien si por sucumbir o simplemente por fluir con el tiempo, siempre impredecible para aquellos monjes franciscanos que tampoco tuvieron fatigas leves para enarbolar su fe.

Poco se puede decir de quienes heredaron a sus congéneres la fuerza que los convertiría a la nueva fe con inesperados destellos de los nuevos tiempos. Los vestigios más importantes de esa época son sin duda las capillas otomíes que hasta hoy subsisten con su discreto esplendor, que tanto las destaca en los horizontes serranos.

Pequeñas construcciones de grandiosidad divina que adoptaron los indígenas para cobijar la nueva fe, donde queda claro que no hacen falta las enormes dimensiones para configurar una arquitectura llena de símbolos y sentido. Pequeñas y discretas dedicadas a la profesión del nuevo credo, muestran en sus reducidos espacios desde la construcción más sencilla hasta los ornamentos inesperados, construidas para profesar un culto parental en lugar de los solitarios cultos rituales entre la vida y la muerte.

Origen y memoria de respeto a las ánimas, pertenencia y descendencia, diseño, un buen gusto producto del instinto y profunda sencillez.

Las capillas familiares de Tolimán son ejemplo de arquitectura llena de encanto y discreción que nos sorprenden desde la Sierra Gorda. Integradas en los diferentes terruños, aunque cobijadas con la misma doctrina y fe, las capillas reflejan circunstancias que las hacen representativas de los diferentes grupos sociales, la época en la que fueron ejecutadas, las posibilidades económicas de cada quien y el sentido espiritual que se adapta a las diversas circunstancias que obligan el diseño de su arquitectura; básicamente conformadas por un espacio con cubierta de bóveda, un acceso vertical, eventualmente algún ornamento exterior y las variantes, en cada caso, en función del tamaño, el gusto y la disponibilidad material, que a final de cuentas se modelaba bajo el influjo de la nueva ruta espiritual que los movía.

Son espacios llenos de emoción y categoría minimalista del diseño falto de retorcimientos y lleno de verdad estética, con escala humana sostenida por el gran aliento del espíritu que busca a Dios en el espacio diseñado para ese encuentro y la meditación.

Después de más de 200 años, estas sencillas estructuras son reconocidas en su riqueza espiritual y arquitectónica porque forman parte de las infinitas sorpresas de la Sierra Gorda Queretana, en las antiguas viviendas de los otomíes de aquellas tierras.

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