“¡Ser o no ser, todo el problema es ese! ¿Qué es más noble al espíritu, sufrir golpes y dardos de la airada suerte, o tomar armas contra un mar de angustias y darles fin luchando?...”, así empezaba el soliloquio de la escena que abría el tercer acto de la obra Hamlet, escrita por William Shakespeare en el siglo XVII, que seguramente todos, hemos visto, leído o simplemente escuchado.

Desde su publicación hasta nuestros días, se atribuyen múltiples significados a dicha frase, ya sea que pretendamos ubicarla en el contexto de la propia obra o intentemos analizarla desde la corriente filosófica del existencialismo. Sin embargo, la magnanimidad de la libertad de pensamiento nos permite encontrarle el significado que nosotros queramos. Para mí, representa el libre albedrío del ser humano para influir en su entorno a través de la participación activa y comprometida en el acontecer diario.

Desde niños tenemos la libertad para decidir participar en las actividades o comisiones de la escuela. Aprendemos a ejercer ese libre albedrío para determinar si colaboramos o no con nuestro entorno. Somos nosotros los que levantamos la mano para ayudar a borrar el pizarrón, dar un recado, supervisar que la basura se deposite donde se debe, realizar la exposición sobre algún tema, o formar parte de algún grupo, ya sea de estudio, deportivo, artístico, lectura o ciencias.

Siendo mayores, tenemos la oportunidad de que, paralelamente a nuestra participación en el ámbito académico, podamos involucrarnos en asuntos que por su naturaleza nos permiten extrapolar la participación a un entorno más social o político tales como sociedades de alumnos, instituciones de asistencia privada, organizaciones no gubernamentales, grupos religiosos u organismos políticos.

Como adultos, nuestra injerencia la podemos ejercer también a través de nuestra participación en clubes, asociaciones, cámaras, juntas de colonos y colegios de profesionistas, comités de padres de familia, grupos sociales, así como actividades científicas, académicas, periodísticas o políticas.

Observando a nuestro alrededor, encontramos una infinidad de espacios en los que podemos y necesitamos involucrarnos para tomar las armas contra ese mar de angustias que, según Hamlet, nos aquejan para darles fin luchando, siempre y cuando sea de manera comprometida, responsable y propositiva, aportando lo que somos y lo que sabemos, para llegar a lo que queremos.

No se vale permanecer pasivos contemplando lo que pasa a nuestro alrededor y dejando que la apatía nos impida tomar la decisión de actuar. No se vale quejarnos de lo que pasa y criticar lo que no nos parece cuando hemos decidido ejercer nuestro libre albedrío para no subirnos a la dinámica de la participación permanente y constante.

Si queremos generar una dinámica que en principio favorezca ese entorno y posteriormente vaya ampliando su nivel de influencia en espiral, es necesario que dejemos a un lado la apatía y decidamos participar en lo que podamos, pero al fin de cuentas, asumir el compromiso de participar.

En nuestros primeros años resolvemos el nivel de participación con el que estamos dispuestos a involucrarnos. Si nosotros somos y les enseñamos a nuestro hijos a ser, motivando, fomentando y acrecentando su participación en la sociedad, ellos tendrán la oportunidad de ser para cambiar al mundo, en vez de no ser, para sentarse a verlo pasar.

Abogado y catedrático de la Universidad Anáhuac. @gmontes

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