En marzo de 1938, Hitler anexa a Austria. En septiembre, los acuerdos de Munich, firmados por él y los primeros ministros de Francia e Inglaterra, obligan la cesión al Reich, por parte de Checoslovaquia, del territorio de los Sudeten; a Polonia de la cuenca carbonífera de Teschen; a Hungría de una parte de Eslovaquia. El inglés Chamberlain anuncia a su pueblo que ha logrado la paz por una generación; el francés Daladier no se hace ninguna ilusión y la traición al aliado checo le da mucha vergüenza. Hitler ha prometido que esa era “mi última exigencia territorial en Europa”. El mentiroso apoya la independencia de Eslovaquia e invade las provincias checas en marzo de 1939. Mi padre, de 26 años, movilizado desde 1938, apunta en su diario: “El Führer pasó la noche en el castillo del emperador Rodolfo, en Praga. Después de Viena, Praga, Europa se muere. Acontecimiento crucial que confirma lo que he pensado siempre, de Alemania, de Francia. ¿Qué no han leído Mein Kampf? Marchamos a la catástrofe. ¡Qué cobardía! La paz a cualquier precio, una paz más catastrófica que la guerra. Hemos desarmado a los checos que hubieran peleado muy bien. ¿No es eso colaboración con el Señor Canciller Adolf Hitler? Poncio Pilatos queda chico”.

Una semana después, Hitler obliga a Lituania a cederle el distrito de Memel y le reclama a Polonia la entrega de la ciudad libre de Dantzig, con población alemana en su gran mayoría. No es todo. Como desde los tratados de Versalles, la Prusia oriental está separada del resto de Alemania por el “corredor de Dantzig”, entregado a Polonia para darle acceso al mar, Hitler exige la construcción de una autopista y de un ferrocarril dotados de la extraterritorialidad. Varsovia se niega. Sabemos ahora que Hitler ordena a su Estado Mayor preparar la ofensiva militar para el 1 de septiembre.

Demasiado es demasiado, por fin Londres y París protestan y aseguran, el 31 de marzo, que Polonia tendrá su apoyo total. Al día siguiente, 1 de abril, la República española deja de existir; el 9 de abril, Mussolini anexa a Albania. Londres y París buscan, sin mucha convicción, una alianza con Moscú. De hecho, Hitler no se hubiera lanzado contra semejante coalición, pero los polacos no pueden aceptar la condición puesta por Stalin: que el Ejército Rojo pueda atravesar Polonia. Está comprobado que Berlín y Moscú habían empezado a negociar antes de la caída de Madrid. Stalin mantiene un tiempo de negociaciones paralelas; él, no Hitler, había tomado la iniciativa. El estratega del Kremlin no quería participar en una guerra que juzgaba inevitable y que lo dejaría en situación de árbitro de Europa para recuperar los territorios perdidos en 1919. París y Londres estaban muy equivocados si pensaban manipular a Stalin.

El 23 de agosto de 1939 cae como bomba la noticia del pacto germano-soviético firmado en Moscú por Molotov y Ribbentrop. Las dos potencias no entrarán en coalición alguna dirigida contra una de ellas y se apoyarán económicamente. Unos artículos secretos, ahora publicados, prevén la desaparición y el reparto de Polonia, la anexión de la Besarabia (rumana) por Moscú y, en una segunda etapa, de las tres repúblicas bálticas. El 1 de septiembre, temprano, sin declaración de guerra, la armada alemana bombardea Dantzig; el 3, Londres y París declaran la guerra al Reich, para mayor asombro de Hitler que, según algunos generales, se queda petrificado antes de gritar, furioso: “¡Me engañaron!”. Estaba demasiado acostumbrado a la cobardía de las democracias. Así empezó la guerra, la que conocemos como “la Segunda Guerra Mundial”.

Franceses e ingleses se fueron a la guerra sin entusiasmo. En Francia el partido comunista hacía campaña contra la guerra, denunciando a los capitalistas y lo absurdo de “morir por Dantzig”. De hecho, los estados mayores occidentales no hicieron nada, no atacaron Alemania, mientras que los polacos, atacados primero por los alemanes, luego por los soviéticos, sucumbían en unas semanas. Fueron los primeros en experimentar las atrocidades perpetradas por Hitler y Stalin. Vean, estimados lectores, la película de Andrezj Wajda, Katyn.

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