En memoria de mi querido tío Rubén

Hoy se debió de conocer quién es la o el titular de la Secretaría de Educación Pública. En México, nos gusta comentar sobre el perfil del nuevo o nueva secretaria. Quizás influenciados por la historia y la tradición, asumimos que una persona es capaz de modificar el rumbo de la política educativa del país, tal como lo hicieron José Vasconcelos (1882-1959) o Jaime Torres Bodet (1902-1974) hace años.

La personalización de la política educativa forma parte de nuestras ricas conversaciones con colegas, amigos y familiares, pero el peso de este recurso no está bien ubicado en nuestros análisis. Más que en la persona, quizás sea mejor centrarse en las relaciones de poder que afianzan al nuevo secretario o secretaria con los diversos grupos, actores políticos y agentes escolares.

Para ubicar de una manera más realista la capacidad de este servidor público, habría que considerar que los múltiples programas educativos que han surgido desde hace más de 30 años se circunscriben en tres ejes generales: calidad —llamada ahora “excelencia”—, equidad o inclusión, y gestión. Otro factor que limitará la voluntad de la nueva titular de la SEP es el tiempo. Tendrá que priorizar acciones ante el inicio del ciclo escolar, los efectos de la pandemia, y el cierre del sexenio. Intriga saber qué va a pasar con la renovación curricular emprendida con ahínco y polémica.

Seguramente, la nueva titular va a solicitar información sobre este asunto y podrá saber que antes había mecanismos institucionales para consultar al magisterio y al especialista. Durante 42 años, el Consejo Nacional Técnico de la Educación (Conalte) desempeñó un papel central como un “órgano de consulta” de la SEP para “promover la participación de los maestros y de los sectores de la comunidad interesados, en la proposición de planes y programas de estudios y políticas educativas […]” (Reglamento, 1979).

En el Consejo, la SEP tenía un “organismo retroalimentador, legal y técnico” que analizaba aportaciones y proponía “soluciones”. Como “parlamento abierto”, “recogió lo más significativo de la opinión pública para discutir, en un ambiente democrático, con científicos, pedagogos, maestros y diversos especialistas los problemas que afectan a la educación nacional” (Jiménez Alarcón, 1976).

El Consejo fue creado en 1957 y desapareció en 1999. Tengo la impresión que el Conalte sirvió de antecedente de consejos más recientes (el de participación social, de especialistas, de autoridades educativas e incluso, el extinto INEE). En la medida que el Sistema Educativo Nacional se hacía más complejo, había que diversificar y crear nuevas instituciones para enfrentar la problemática educativa. Ante esto, las características ideales y personales de un secretario o secretaria empezaron a tener menos peso para explicar lo que ocurría con la política pública.

Mientras ahora se subestima al conocimiento científico, se desconoce la pluralidad (“conmigo o contra mi”), y se busca eliminar “intermediarios” para dejar al líder popular solo frente al “pueblo bueno”, el Conalte representó, en su tiempo, un esfuerzo de construcción institucional. Además, ahí trabajó Rubén Rodríguez González, un personaje con quien aprendí el valor de la observación y que cada persona importa al expresarse. Un maestro de vida dentro de la SEP.

Investigador de la UAQ

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