Era un misterio. Aparecía en la zona de Tuxpan, Veracruz, y comenzaba a secuestrar gente. Cosechaba entre tres y cinco víctimas cada vez. No iniciaba las negociaciones hasta que todos los blancos se hallaban en su poder. El cautiverio duraba aproximadamente 20 días. Cobraba los rescates de golpe. Luego se desaparecía.

Escuchas autorizados habían detectado su señal telefónica en la carretera México-Tuxpan. Pero de pronto su señal se perdía. Él apagaba sus equipos por las noches.

En una de las líneas intervenidas por orden de un juez, le oyeron hablar de pagos a colaboradores, cuidadores, halcones, taxistas.

Luego su teléfono se apagó en las cercanías de la costa.

El pasado 21 de septiembre 12 hombres vestidos de negro irrumpieron en un hotel. Iban a bordo de dos vehículos. Se llevaron al dueño y a la gerente. A ella le pidieron las llaves “de la camioneta blanca”.

La recepcionista afirmó que el grupo había secuestrado también a una huésped.

Ya eran tres víctimas. La llamada de rescate no tardó en llegar. Un hombre que iniciaba la conversación diciendo: “¡Hey”!, exigió cinco millones de pesos.

Que los secuestradores hubieran pedido las llaves “de la camioneta blanca” demostraba que las víctimas habían sido estudiadas. Los empleados del lugar coincidieron en que un hombre se había registrado varias veces, siempre con nombre distinto, durante los últimos quince días.

La unidad para el combate al delito de secuestro de la Agencia Criminal de Investigación, AIC, cotejó esos nombres en Plataforma México. Uno de ellos —Edgar “R”— estaba vinculado con un caso de secuestro. Su imagen fue reconocida por los empleados: era el mismo que con barba y sin barba había estado visitando el hotel.

Llegaba en taxi, acompañado por diferentes mujeres, y se retiraba unas horas después.

El sábado 23 su teléfono se encendió. En la carretera, hizo varias llamadas de negociación. Le pidieron una prueba de vida. Las escuchas registraron esto:

—¡Hey!

—Qué pasó.

—Ira. Pregúntale a la señora que es que su esposo quiere saber que está viva, ¿verá? Entonces su esposo quiere saber en qué lugar se hicieron novios… Pero pregúntale en corto, güey, en corto.

—Sí es que, ira, te voy a decir una cosa… Es que el viejo dice...

—No, no, del viejo no me hables ni verga. Ve a preguntarle a la vieja, güey.

Registraron también esto:

—¡Hey! Qué onda.

—Dice que ahí en Tuxpan, que ahí en C…

—En Tuxpan en C… Órale, sale.

La señal se perdió. El domingo hizo una llamada rápida y se quedó de ver con alguien en el parque central de Tuxpan. Estaba sentado en una banca, hablando por teléfono, cuando los agentes lo rodearon. Intentó, como pudo, evitar su captura. Era un hombre fuerte. Finalmente, lo sometieron.

A cambio de su libertad ofreció a los investigadores un rancho y un millón y medio de pesos. Ofreció también decirles dónde estaban las víctimas. Los agentes estuvieron de acuerdo. Solo que cuando les dio la información, lo condujeron a la SEIDO.

En el kilómetro 244 de la México-Tuxpan se abría una brecha. Los investigadores avanzaron hasta que se terminó el camino. Luego siguieron a pie. Encontraron al dueño y a la gerente a la intemperie, en lo alto de un cerro. Estaban encadenados de los pies. Tenían los ojos vendados con cinta de aislar.

Los habían estado cambiando de lugar, los movían de madrugada, a pie, entre las brechas. Llevaban cinco días. Los últimos tres, había llovido. Tenían los brazos y la cara comidos por las picaduras de todos los insectos imaginables.

“Se acaban de ir hace cinco minutos”, dijo la mujer.

Los cuidadores habían visto llegar a los agentes. Recogieron todo, no dejaron nada, salvo una hamaca colgada entre dos árboles, y se perdieron en la sierra.

Las víctimas dijeron que los secuestradores se comunicaban por radio, les daban comida caliente, elegían sitios frondosos para ocultarse y cambiaban de guardia cada tantas horas.

La tercera víctima resultó ser una víctima falsa. Se había hecho pasar por huésped para estudiar los movimientos del hotel.

No es una historia de Tuxpan. La PGR ha detectado secuestros a la intemperie en Acapulco, Hidalgo y Puebla.

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