En 1989 Francis Fukuyama declaró el fin de la historia. Con la caída del muro de Berlín la historia acababa porque el sistema político y económico capitalista había triunfado definitivamente. Fukuyama, un prócer del libre mercado, veía en el nuevo sistema la construcción de un mundo en unidad; durante los siguientes años, ese sistema económico intentaría conquistar al mundo bajo el velo de un concepto tramposo: la globalización.

Para Armand Mattelart el asunto siempre fue muy claro. La globalización era un concepto trampa proveniente de una lógica económica que entiende a la sociedad desde el sector gerencial. El discurso de la globalización era la envoltura de un sistema que supeditaba todo a la tecnocracia y sus apóstoles. “El término globalización nace en el nivel financiero y luego se expande hasta pretender recubrir la totalidad del proceso de integración mundial (...) se trata de una ideología porque difunde una visión globalitaria como única opción para la reconstrucción del mundo”. Más que el fin de la historia, la caída del muro de Berlín simbolizó la imposición global de un constructo económico sobre uno ideológico.

El resultado fue la creación de un mundo hecho para los objetos y no los sujetos; un mundo donde un broker de WallStreet transfiere dinero en segundos a la bolsa japonesa, pero un migrante nicaragüense posiblemente nunca pueda llegar a Estados Unidos. Un mundo donde un iPod o una caja de cereal se benefician del libre tránsito en mucho mayor medida que el trabajador chino que los produjo. La globalización prometía convertir al mundo en un espacio homogéneo y democrático; generó muchas expectativas y acabó generando muy pocos ganadores.

Hoy el relato de la globalización como fue concebido parece estar agotado. Hay indicios claros de un malestar profundo con un sistema que ha aseverado la desigualdad económica y ha desacatado los malestares sociales. El voto por el Brexit, la elección de Trump, el no a la paz en Colombia y el éxito de políticas antisistémicas en muchos países del mundo se inscriben, en una creciente ola de resistencia, al modelo político-económico. Como todo sistema, la globalización tiene aciertos y fallas, pero su gran error ha sido el no tener la capacidad autocrítica de recalibrar ante la creciente resistencia externa. En lugar de sacar presión de la olla, en los mejores casos el modelo ha ofrecido más de lo mismo, y en los peores se ha vuelto más rapaz.

El 25 de enero de 1990, seis meses después de la caída del muro de Berlín, el vuelo 052 de Avianca se acercaba a la bahía de Manhattan para realizar su aterrizaje. Era una noche lluviosa y la visibilidad era baja. Los pilotos solicitaron prioridad a la torre de control de Nueva York debido a sus bajos niveles de turbosina, pero la torre reaccionó a la petición con una extraña calma: pidieron al piloto se formará para aterrizar y le sugirieron aeropuertos alternos a más de 200 kilómetros de distancia. Los pilotos insistieron en su petición, pero fueron ignorados. De todas formas era demasiado tarde, los sistemas del vuelo 052 de Avianca se apagaron y el vuelo cayó en Cove Neck, Nueva York.

El accidente fue generado por un problema de comunicación. En el vocabulario de los pilotos colombianos la palabra “prioridad” funcionaba como un sinónimo de “emergencia”; para los controladores estadounidenses, la palabra no reconocía el estado de urgencia de la aeronave. El vuelo 052 de Avianca cayó al vacío del estado de Nueva York por una falla de origen en la construcción de la idea de la aldea global; se había asumido que la homogeneización económica conllevaba homogeneización cultural y social. Efectivamente, los sistemas de comunicación aérea se enmendaron a partir de este accidente, pero el modelo económico ignoró esta sutil advertencia.

Hoy, los próceres del libre mercado y la tecnocracia se encuentran confundidos ante el panorama político mundial; el aislamiento, las políticas nacionalistas y sociales y el proteccionismo vuelven a cobrar fuerza política en el mundo. Ante estos cambios tienen de dos: o pretenden, como Fukuyama, que su triunfo es irreversible y que el mundo está loco, o entienden que esta reacción es su propia hechura y que el modelo tiene que refundarse integrando lo político, lo social y lo cultural a una nueva visión económica. Algunos asumen que estamos ante una moda o locura pasajera, pero el vuelo 052 de Avianca debiera recordarles que las omisiones, por más pequeñas que parezcan, pueden ser catastróficas. El mundo nuevamente está cambiando; no estamos ante el fin de la historia; pero es probable que estemos ante el fin de su historia.

Analista político

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