Óscar Mario Beteta

Con unas cuantas palabras, el presidente de la República adelantó el reloj de la historia, la tradición y la política. Estableció claramente quién decidirá el nombre de quien habrá de sucederlo. Se colocó en posición de reeditar el “dedazo”, última decisión trascendental de quien ocupa la silla presidencial. Y en nombre de su Cuarta Transformación, anunció que él será El Gran Elector en 2024.

El tema y el escenario, inusualmente ventilados por el propio Jefe del Estado cuando corre la primera mitad de su sexenio, rompe muchas de las reglas importantes escritas y no escritas que por décadas se observaron celosamente en el sistema político mexicano.

El tema jamás se refirió antes del tercer año de gobierno. Durante este, el presidente se mantenía en un estado de ascenso, asumiendo todos los poderes que hacían omnipresente, omnisapiente, omnipotente y único el suyo. En el caso de Andrés Manuel López Obrador, la última impronta es la que más lo distingue.

Desde el momento en que se conoce el gabinete, comienza la carrera por la sucesión, que se dará seis años más tarde. Hay secretarías cuyos titulares son vistos y/o impulsados como posibles relevos, ora por el presidente, ora por sus amigos y partidarios. El que pocas veces ha dejado de figurar es el de Gobernación que, al parecer hasta hoy, no tiene un posible aspirante.

Lo que prevalece del ritual sucesorio que AMLO ha desvelado con inusitada antelación, es la figura del “tapado”; es decir, el nombre de quien recibirá en su momento el beneplácito, que indubitablemente será el de él, y el apoyo del partido, en este caso Morena. Algunos de los nombres que presenta como relevo generacional, están a la vista de todos. Pero el único que va a señalar al elegido, como siempre, será él, en su calidad de jefe político nacional, a fin de recrearse en su heredero, a la manera como un padre busca hacerlo en un hijo.

En esta lógica, lo hace pasar como el movimiento que creó, pero Morena y la Cuarta Transformación necesitan un líder que le den continuidad a su Proyecto de Nación. Eso sólo es posible desde la primera magistratura, correa de transmisión de todos los demás poderes sin los cuales sería imposible institucionalizarlo. A este le sigue faltando sustento, entendido como el cumplimento de las promesas contra la corrupción, la impunidad, la criminalidad, la injusticia, la desigualdad.

Categóricamente, López Obrador dijo “no” cuando se le preguntó si la transformación terminará con él, con su periodo de gobierno. Y precisó: “… pero la verdad, la verdad, hay relevo de este lado”.

A la petición que se le planteó de que diera nombres de quienes en cualquier caso serán su relevo generacional, presidencial y personal, él mismo reconoció que “…todavía falta”.

Con el tema de la sucesión abierto, en otras épocas varios se habrían sentido aludidos y prestos a intensificar su tarea de afianzamiento como “el bueno”.

Pero con Andrés Manuel López Obrador, nada ni nadie se ha movido, prueba fehaciente del inconmensurable poder, del control absoluto que tiene y de que, como presidente, en su momento asumirá la Última Gran Decisión.

SOTTO VOCE…

Preocupante, que el Comando Norte de Estados Unidos, señale que el 35% del territorio nacional está bajo control del crimen organizado. Con eso, se desvanece el Estado de Derecho y asoma un Estado Criminal, que eventualmente terminará por sustituirlo si no se toman acciones inmediatas, extremas y eficientes…Con tantas disputas, discordias y litigios sobre las leyes que se están aprobando, como la de la industria eléctrica, no hay manera de que se eviten lamentables pérdidas de tiempo y oportunidades para superar los problemas nacionales. Por eso, es inaplazable evitar la confrontación de los poderes Ejecutivo-Legislativo contra el Judicial… Difícil, que Ruth Zavaleta, candidata de MC al gobierno de Guerrero, movilice a las mujeres contra su oponente de Morena, Félix Salgado.

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