La educación es la llave del saber, del tener y sobre todo del ser. La clave está en aprender lo más posible de lo más posible.

¿A quién cree que perjudica el estudiante que interrumpe su formación académica enarbolando movimientos de rebeldía, a sus maestros? El tiempo desaprovechado es irrecuperable, dejar pasar la oportunidad de aprender es negarse a uno mismo un mejor futuro.

Aflige observar a estudiantes de planteles de educación superior, en la fresca etapa de moldear sus futuros, enrolados en movimientos de insurrección, ingenuos al oculto propósito desestabilizador de quienes mecen la cuna. Desde luego, evidentes agravios ameritan la inconformidad estudiantil.

Lo natural para un alumno de recién ingreso es estudiar y aprender, integrándose gradualmente al entorno académico. Dicho de otro modo, los estudiantes a estudiar y los profesores a enseñar. Me pregunto, ¿cómo es que noveles estudiantes en breve tiempo estén facultados para emitir un juicio de aquello que no funciona dentro de sus escuelas o facultades y airados reclamar expedita atención a un recién elaborado pliego petitorio. No digo que los noveles estudiantes no puedan tener acertadas razones, pero es que el pato le tira a las escopetas.

El actual movimiento estudiantil, gestado en la Facultad de Filosofía y Letras el 4 de noviembre pasado —hace 102 días— esperamos sea aplacado sin mayores consecuencias, pero más vale apresurarse. Dicho paro fue inicialmente programado por 12 horas, exigiendo entonces una disculpa pública y la renuncia de la abogada de género de la Facultad. La denuncia luego ampliada y generalizada ha sido centrada en contra del acoso sexual y la violencia de género ejercida por profesores y alumnos proclives a hostigar a mujeres, exigiendo igualmente acciones en contra de la inseguridad. Al menos 25 planteles en algún lapso se han sumado a la suspensión de actividades, afectando a más de 185 mil estudiantes.

Lastima y abochorna que con la mayor displicencia, profesores universitarios acosen y abusen sexualmente de sus alumnas, obviamente que estos degenerados merecen un castigo implacable. Es inexcusable que profesores universitarios acosen y abusen sexualmente de sus alumnas. Pero cuidado, el tema del acoso sexual es propicio para idear o falsear situaciones en agravio de personas e incluso instituciones, dañando irreversiblemente honorables reputaciones.

Es condenable la presencia de alborotadores encapuchados violentando las distintas manifestaciones estudiantiles. Los genuinos inconformes no acostumbran cobardemente ocultar sus rostros. Esconderse detrás de una capucha es señal de que el anonimato servirá para cometer cuanta fechoría sea posible. Con cuanta facilidad adolescentes encapuchados toman y retoman instalaciones escolares, al fin que en el peor de los casos se les garantizará inmunidad absoluta. Prevalece la certeza que los encapuchados son infiltrados que responden a aviesos intereses cuyo cometido es vulnerar a la UNAM y desde luego, al rector Graue. Sería incongruente que estudiantes en sus cabales destrocen instalaciones universitarias o incendien las puertas de la rectoría. La idea que domina es que cuanta tropelía ocurre dentro del campus universitario queda impune, en virtud de la llamada autonomía universitaria, lo cual implica que la fuerza pública está incapacitada a actuar dentro de dicho perímetro. Dicha autonomía es un mito, no se es autónomo cuando se forma parte del presupuesto federal.

Finalmente, el pleno del Consejo Universitario aprobó que la violencia de género se considere especialmente causa grave de responsabilidad, los estudiantes responsables —más bien irresponsables— serán expulsados y los profesores despedidos.

Habla el espíritu: “A rescatar la UNAM”.

Analista político

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